Que seguirá siendo ara
(A propósito de "El Diario Perdido de Carlos Manuel de Céspedes", de Eusebio Leal Spengler, y con ocasión del centésimo quincuagésimo aniversario del Alzamiento de La Demajagua)
Ciento cincuenta años, dos meses y trece días atrás, tras largo y ajetreado proceso, en el que logias y sacristías, salas y comedores, montes y tierra cultivada eran espacios para [de] la conspiración que comenzó mucho antes, en los claustros del Seminario, en las calles habaneras, en los pueblos y ciudades del interior, entre adultos desesperanzados y jóvenes descontentos, en los cerrados círculos de maestros que eran "evangelios vivos" y en abiertas tertulias literarias, en aceras y trastiendas, entre blancos, mulatos y negros, entre mujeres de tez pálida y almidonadas gorgueras, entre libertas de oficios sencillos, una conspiración que empezó a ser dicha, escrita, hasta que devino acto aquel sábado diez del mes de octubre del año mil ochocientos sesenta y ocho; conspiración que juramentó en la palabra y la acción a los cubanos de entonces y a los que vinieron después, acto no sólo fundador, sino acto-forja, acto-fragua, acto-lugar de residencia, acto-estancia del decir y el hacer, del obrar político, de la voluntad cívica de resistencia y perdurabilidad que ciento cincuenta años, dos meses y trece días no han reducido al olvido, no han desplazado al fondo de una gaveta que apenas abrimos, no han fosilizado, vuelto pieza de museo, acto de esos que son materia y forma de la memoria, que se imbrican en lo que somos y en lo que aspiramos a ser y que, aunque renuncies, te ausentes, quieras desprenderte de él, no te es negado, porque estás hecho de él, es la conciencia misma del ser que eres, por muy universal y muy distante, y al que, por más efímera contemporización (que no contemporaneidad) que te asedie, siempre volverás, al lugar del acto, al perfil y los contornos del acto, a recordar su sacrificio, aunque hayas aprendido a vivir [de] lejos.
Aquel día, sábado, el del acto que atrajo todo el pasado hacia sí —nuestro primer mártir en su hoguera, Luz de Yara que no ha cesado de iluminar, vegueros sublevados, la primera guerrilla cubana y Pepe Antonio, premonitoria conjunción de nombres, la voluntad de fundar el Colegio Seminario San Carlos y San Ambrosio y la Real Pontificia Universidad, la Sociedad Económica Amigos del País y el Papel Periódico, la cátedra de Constitución con Félix Varela en el podio, la energía creadora del que fue más cubano que todos los anexionistas, el magisterio y los aforismos de José de la Luz, la dedicación de Rafael Mendive y sus pares a la educación de la juventud, las conspiraciones de la Escalera y de los Rayos y Soles de Bolívar, la ejecución y el destierro, el dolor de los esclavos—, todo ese pasado fue atraído por el acto hacia sí, ese día sábado, a media mañana quizás, cuando el hombre que desencadenó "a un pueblo entero de la esclavitud y la servidumbre", al decir de Eusebio Leal Spengler en su ensayo-introducción, ensayo-presentación, más que eso, en su ensayo-lección, lección en (y de) los avatares y vericuetos de la Patria y la Revolución, proclamó que "Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada, para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos", a la sombra de la ceiba que en su naturaleza es inseparable ahora de las ruedas del antiguo ingenio.
Por estos ciento cincuenta años, dos meses y trece días, Patrias. Actos y Letras tiene a bien reproducir, por primera vez en forma digital, el ensayo que escribió Eusebio Leal Spengler y que sirvió de introducción a la segunda edición del Diario Perdido del Padre de la Patria. Ensayo escrito, al preciso y hermoso decir de Rolando Prats, en la "patricia dicción de Eusebio", escrito, añadiría yo, con Alejandro en la mente y el corazón, quién sabe si al oído, y también en el giro, y en el gesto del giro, ensayo como epístola moral de ánimo; ensayo que no disputa, que no sustrae, sino que añade, abunda, precisa, que ata cabos sueltos, que pone los puntos sobre las íes, que llama al pan, pan, y al vivo, vino, y no se anda por las ramas y que se separa del pobre, repetitivo, cansón discurso de lo laudatorio hueco, agotado, carcomido, huérfano hoy de prestancia y elocuencia, desabrido, en la tierra del mambí, y nos descubre la gracia de contar, la pasión por la verdad, la pulcritud de la escritura, el comedimiento cuando se trata de enjuiciar hechos o personas. Ensayo-lección sobre la revolución y el patriotismo, que patriotismo no es, no debe ser, una palabra de mármol, sino otra forma de decir, y al mismo tiempo de conquistar, por la visión y el tacto, la imagen de lo nuestro, de los enlaces invisibles de lo nuestro, que para ser nuestro no puede dejar de ser lo nuestro compartido: patria es humanidad. Lección que intuyo fue leída con detenimiento por su principal destinatario y de la que, en no pocas de sus decisiones y cambios, fue, quizás, causa eficiente. Lección-epístola, no como la de Machiavello a su príncipe, pródiga en "ilustres" consejos para echar a un lado la soberanía de la palabra y el acto e imponer la arbitrariedad y la excepción como norma, sino como las paulinas, abundante en sutiles alusiones o abiertas suplicaciones pero, sobre todo, de afecto, en un momento en que, entre caídas, colapsos y traiciones parecía como que el mundo se hundía y a Cuba le esperaban las horas más solas y las concesiones más dolorosas.
Quizás al atardecer, su principal destinatario, en su propia soledad, lee sobre "el papel que el hombre juega en la historia", y de “la ley física de que las figuras que más luz reciben, son las que más grandes sombras proyectan", esto dicho en la dicción de Eusebio —nombre cuya raíz está en lo griego, como el aire en los tiempos de Varela en el Seminario, el aire era como griego, y los conventos como el foro antiguo, Εὐσέβιος, de εὐ (bueno) y σέβας (piedad)— ", dicción que lo acerca al Mejor de nosotros y lo aleja de lo presente prosaico que nos asusta y duele, pues "sólo acercándonos despacio, muy despacio, al inmenso resplandor, puede adaptarse la visión humana al encanto de las penumbras." Y como para aplicar apósito que alivie, se, y le, y nos pregunta, "¿Quién podrá, en la pasión de un culto legítimo, omitir los desaciertos en que necesariamente toda labor gubernativa puede incurrir?" Para, en seguida, como queriendo cortarnos la respuesta y el aliento, advertir, que es el estilo trascendental del hacer, que "suele ser ésa la excusa predilecta, o el error real en que caen habitual y voluntariamente los que miran las revoluciones desde un otero al que no llegan las salpicaduras del lodo y de la sangre". Esta primera parte del ensayo-epístola de Eusebio a los cubanos se asienta—no sólo el recuento de lo sucedido en San Lorenzo, sino también el sustrato ético que transpira en el acto de ayer y de hoy—, en el ejercicio revolucionario, y emancipador, de vida y destino. Ensayo-epístola que vivifica, que hace de lo histórico el presente de nuestro pasado.
Patrias. Actos y Letras tiene en su haber la primera edición digital del Diario Perdido de Carlos Manuel de Céspedes. Se publicó exactamente entre el veinticinco de julio de dos mil dieciséis, ciento cuarenta y tres años después de que el prócer comenzó a escribirlo en la manigua cubana, y se terminó de publicar precisamente el mismo día —veintisiete de febrero de dos mil diecisiete— en que acaba el Diario, el mismo día en que Céspedes murió en desigual combate, abandonado por los suyos, tal vez delatado, tal y como fuera delatado casi seis años antes, razón por la que tuvo que adelantar la fecha del alzamiento del catorce al diez de octubre. Aquellos días fueron, como aquellos otros de otro octubre, días luminosos y tristes, luminosos por la lectura detenida y consciente del Diario que precedía a su re-escritura—leer recorriendo, paso a paso, huella por huella, el mismo camino—, y tristes, porque sabíamos que aquel que había ofrendado a su hijo a cambio de ser padre de todos los cubanos moriría, que nunca volvería a ver a su amantísima esposa y nunca conocería a los hijos de ese amor, y que lo que él comenzó con tanta generosidad como valor, terminaría zanjándose—y encharcándose en la zanja— en el Zanjón. Pero el acto fundador del diez de octubre de mil ochocientos sesenta y ocho no hace otra cosa que seguir fraguando el alma cubana, disponiéndola para que pueda seguir resistiendo los fuegos fatuos de los sietemesinos.
Para recordar y agradecer a todos los, y las, patriotas, aun cuando los separaran o separen ideas y prácticas, para los que, en fidelidad a Cuba y [su] noche, y por ternura para con ella(s), siguen, quizás desde el silencio más absoluto, forzando lo por venir, Patrias. Actos y Letras publica, por primera vez en forma digital, este ensayo-lección del historiador Eusebio Leal Spengler, contribución fecunda al mejor conocimiento no sólo de los particulares y azares de este Diario Perdido, sino también y sobre todo de la raíz y el ala todavía batiente de la forja de la nacionalidad.