Y si después de tanta historia
Es justo y necesario comentar, aquí, en Diario de a bordo, el blog de Patrias, que no todo está perdido, que hace ya bastante tiempo, en los primeros años de los noventa del pasado siglo, vio la luz en Cuba la primera edición del diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes, a cargo del historiador de la ciudad, Eusebio Leal, y que le han seguido sucesivas ediciones hasta esta de 1998, que se dice corregida y aumentada, y que Patrias considera importante y pertinente publicar ahora en sus páginas, en la sección Presencias, donde se publicó ese otro texto fundacional de la lengua y de la patria que es el diario de campaña de José Martí.
Es menester apuntar que Patrias se propone reivindicar los diarios, una entrada por día, en la fecha correspondiente, de aquellos que unieron su vida al destino de una idea, una causa, o una entidad, en este caso la patria. Una entrada por día, como para reproducir el tempo en que se escribieron esos diarios, porque Patrias es sitio no solo de compromiso político con una idea de la patria como realidad natural y legado material, histórico, intelectual, ético y estético, sino también de voluntad de recoger e impulsar, renovándolo, ese legado. En las condiciones actuales, la mera preservación de la memoria de ese legado, su mera supervivencia, en lo material, pero sobre todo en su capacidad de resonancia en lo contemporáneo, es ya un esfuerzo de renovación espiritual.
El gesto de publicar en Patrias el llamado diario perdido de Céspedes emana de ese compromiso y se inscribe en esa voluntad. Desde de la infancia, los cubanos aprendemos que Carlos Manuel de Céspedes y Quesada es el Padre de la Patria. Sin embargo, poco o apenas nada sabemos del padre, salvo que comenzó la revolución de independencia en su ingenio de La Demajagua, gesto que conocemos como el Grito de La Demajagua, y que les dio la libertad a sus esclavos, y, quizás, lo asociamos con la quema de Bayamo y con el himno nacional, junto a Perucho Figueredo. De ahí que la reproducción digital, por vez primera, de las páginas del diario perdido del padre nos parezca de una valía y significación especiales, en estos tiempos de amancebamiento intelectual y económico de parte de tantos con los vecinos del norte, en cuyas tierras y con los recursos tecnológicos de aquí, este diario sale a la luz imprecisa pero larga de la llamada Red.
Dicen que Cuba es una invención. La inventaron Colón y Velázquez, Morell de Santa Cruz y el obispo Espada, Agustín Caballero y Varela, Mendive y de la Luz, Céspedes y Martí, Mella y Villena, Lezama y Piñera… ¡qué buena invención! Y por esa invención han ofrendado sus vidas, en un campo o en otro, equivocados o no, muchas cubanas y cubanos. Entonces desde las cátedras o las azoteas, vienen y nos sueltan eso de que Cuba es una invención, y una invención, además de fracasada, peligrosa, porque es una de ínfulas teleológicas, como para desmovilizarnos política e intelectualmente, moral y, tarde o temprano, hasta culturalmente, y uno los lee o los escucha y cree leer o escuchar a alguien que está cavando su propia fosa. Pero la academia y las agencias les permiten esa perogrullada disfrazada de discurso académico o político, porque en la imaginación popular una invención es algo imaginario, irreal, y el gran aliado de la academia y de las agencias en su nada encubierta lucha por descolocar y hacer fracasar todo proyecto de emancipación es la imaginación popular, “conquistar” la imaginación popular es abrir(se) mercado para sus golosinas y sus valores. Porque, ¿qué no es una invención? Estados Unidos es una invención: de las trece colonias a los cincuenta estados es un invento de los founding fathers que, a su vez, echaron mano de otros inventos franceses e ingleses, que los franceses llevaron de la mano del terror y de la guillotina a la historia… Entonces Francia es un invento de Voltaire, Montesquieu, Rousseau y Víctor Hugo, digamos. ¿Y quién inventó el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte? Sus inventores serían Chaucer, Malory, Milton, Shakespeare (quien, dice Harold Bloom, inventó lo humano, y nadie ni en las academias ni en las azoteas se pone bravo o discursivo, o discursivamente bravo) y Johnson. Y a Alemania, ¿quién la inventó? ¿Goethe o Bismark? ¿O ese otro gran demiurgo, Heidegger? O quizás fue Adorno, quien en el amanecer del veintisiete de noviembre de mil novecientos sesenta y siete anotó: Woke up with a proverb that seemed very profound at the time: ‘Only when the dogs are fierce will the inhabitants be loyal.’ ¿Será la India una invención de Tagore y de Ghandi? ¿Y quién inventó Japón, Basho o Kurosawa? Y, así, ad infinitum. Entonces, estos intelectuales postmodernos predican lo de la invención de Cuba como un desmovilizante para desmontar el proyecto de emancipación cubano, y las academias les ofrecen becas y cátedras, y las agencias, foro. Y una y otras les hacen eco, como si ya estos cipayos fuesen mayoría, o voz de la mayoría, “gobierno espiritual” esperando, en su cabeza de playa, que lo corone el pasado vestido de promesa.
Vengo del mundo de la creencia —creo en la invención de Jesús, de sus dichos y sus hechos. Si renunciara a esa invención, (más) vana (aun) sería mi vida. Para otros es la poesía, el arte, un oficio, valores… ¿Cómo podríamos vivir sin la invención, sin inventarnos a nosotros mismos? [Los cubanos se pasan la vida inventando, eso dicen para, con razón o sin ella, o con algo de razón, describir las dificultades cotidianas de los cubanos]
Este es uno de los pecados originales[1] de la institucionalidad del proyecto de emancipación cubano, dicho en simple y llano español, de las autoridades políticas y civiles cubanas, la estrangulación constitucional y práctica de cualquier formulación trascendental, el culto del materialismo más vulgar y ordinario… ¿Cómo una revolución que nace y se nutre de Martí, Varela, Guiteras, Mella, Villena… pudo renunciar, en el día a día, a la dimensión trascendental del ser humano? Fueron prácticas políticas concretas, sancionadas por el uso y el consentimiento de que todo lo que no fuera reductoramente materialista era contrarrevolucionario. La constitución cubana reformada en 1992 desterró el sinsentido de “estado confesionalmente ateo”, quizás una concesión de la dirigencia revolucionaria cubana a los del Partido Socialista Popular que le brindaron a la joven e inexperta revolución de 1959 la estructura de un partido, y la experiencia política de cuadros a los también jóvenes e inexpertos revolucionarios de ese momento. Cuando en 1901 algunos constituyentes cubanos quisieron borrar la palabra dios del preámbulo de la constitución que redactaban para la Cuba republicana que saldría de allí, Manuel Sanguily se preguntó, y preguntó a la asamblea, bueno ¿y si no invocamos a Dios, a quién invocamos? Dios, para los independentistas cubanos, para el mambisado, era representado por la Iglesia y la Iglesia era parte del poder colonial, había que barrer todo lo que real o simbólicamente refiriera a la colonia. Pero Sanguily vio más lejos y pensó, y nos hace pensar, si legitimamos un estado de cosas que aliene la idea de lo trascendente, ¿adónde vamos? La desidia y la indolencia encuentran su caldo de cultivo más propicio en aquellos cuyo horizonte se reduce a la chata realidad, y en los que su desdén por la invención no es otra cosa que la expresión por otras vías de la nostalgia de lo otro. Aquí no hay voluntad psicoanalítica alguna ni barata metáfora. Como Martí, aunque espantado de todo, me refugió en ti, que para el Maestro era su hijo, y para mí es la idea de patrias, sucesivas o no, y tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti. Esa otra invención, según estos redescubridores del vacío, de la nada, que es José Martí… Ellos mismos, los redescubridores, un invento de las agendas empeñadas en orfandar la diferencia.
Puedo leer con igual fervor una glosa de San Juan de la Cruz y un poema de César Vallejo. Ambos apuntan hacia allí, hacia la zarza ardiendo. Puedo leer con igual emoción esta glosa de San Juan,
El que de amor adolesce de el divino ser tocado tiene el gusto tan trocado que a los gustos desfallece como el que con calentura fastidia el manjar que ve y apetece un no sé qué que se halla por ventura.
que estos versos de Vallejo
¡Y si después de tanta historia, sucumbimos, no ya de eternidad, sino de esas cosas sencillas, como estar en la casa o ponerse a cavilar! ¡Y si luego encontramos, de buenas a primeras, que vivimos, a juzgar por la altura de los astros, por el peine y las manchas del pañuelo! ¡Más valdría, en verdad, que se lo coman todo, desde luego! Se dirá que tenemos en uno de los ojos mucha pena y también en el otro, mucha pena y en los dos, cuando miran, mucha pena... Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!
Para eso Patrias publica el diario perdido del padre de la patria, para servir al amor (…) de (…) divino ser tocado y para evitar sucumbir no ya de eternidad [después de tanta historia] sino de esas cosas sencillas, como estar / en la casa o ponerse a cavilar!
26 de julio de 2016
[1] Nunca debí escribir el adjetivo "original". Fui injusto. Una de las trampas de la adjetivazión es que nos delata. La revolución cubana nunca tuvo, originalmente, ningún componente ni ateo ni anti-religioso. Fueron las circunstancias y cierta interpretación sectaria del marxismo las que instituyeron esa equivocada práctica de exclusión que la contrarrevolución supo aprovechar para sumar otro agravio.