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ACTOS Y LETRAS
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Año VI / Vol. 24 / enero a marzo de 2022
Agua en canasta (I) Omar Pérez López
Selección y edición: Rolando Prats
Patrias se alegra de publicar en sus páginas una selección de pasajes del libro de prosas inédito Agua en canasta, de Omar Pérez López (La Habana, 1964) poeta, ensayista, crítico literario y traductor. Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén (2010), otorgado por la Fundación homónima y la Editorial Letras Cubanas a su obra Crítica de la razón puta. Entre otros libros, Omar ha publicado los poemarios Algo de lo sagrado (1996), ¿Oíste hablar del gato de pelea? (1999), Canciones y letanías (2002), Lingua Franca (2009) y Filantrópica (2015), el libro de ensayos La perseverancia de un hombre oscuro (2000), que le valió el Premio Nacional de la Crítica, Y la muerte no tendrá dominio (traducción al español de poemas de Dylan Thomas) (2007) y Lo que es. Poetas de la lengua neerlandesa (2014).
Ofrendas ofensivas
Escuchando los balidos de terror de los cabritos, propiciatorias víctimas del último trabajo del babalao del barrio, me cuestiono la humanidad, mi humanidad. Lo que veo en derredor es una intensa forma de animalidad disfrazada en la postura erecta y ciertos modales.
Esta mañana descubrí, de nuevo, restos de paloma en el portal. Los gatos recogen los cadáveres en la esquina, donde son colocados por indicación de Eshu, o tal vez del propio Ifá, y vienen a comerlos aquí dejando un rastro de plumas ensangrentadas, recordatorio tal vez de quiénes somos y adónde queremos ir. Los dioses, a quienes tantas cosas se les achacan, son también responsables de que las plumas estén en el jardín.
No digo culpables, digo responsables.
Ah, I have a dream! Salgo en bata de casa barriendo las plumas ensangrentadas, sin darme cuenta llego hasta el mar. Barriendo, encuentro todo tipo de ofrendas. No solo cabezas de gallo, gallina o carnero o tortugas decapitadas, también botellas, neumáticos, desechos de nuestras eternas navidades. Siempre estamos naciendo, quizás para ocultar que estamos muriendo, matando.
El mar está mucho peor que mi portal. Suelto la escoba, me echo a llorar.
Entonces despierto. Yemayá, ¿eres tú la responsable de estos carneros? Con la misma soltura con la que un presidente determina la muerte de otro presidente, de otro humano, de otro Agnus Dei, ¿ordenas tú estas muertes, dispones estos basurales?
¿Quiénes son estos dioses a los cuales, sin excepción alguna, ofrendamos muerte? No sólo una muerte, sino muchas, en muchas variedades. Como en una feria, o mercado, o festival de la muerte.
Por cierto, hablando de festival de la muerte, anoche en la televisión han dejado ver ese film de Al Pacino y Keenu Reeves en que estos interpretan, con neoyorquina destreza, al diablo y su abogado, quien es su hijo además. Qué diablo tan perspicaz, como Erasmo en su Elogio de la locura, aunque muchísimo más pérfido, ha identificado el derecho como una de nuestras fuentes de desvarío.
En fin, qué digresión, y es que el abogado defiende a un distinguido matarife de criaturas, amparándose en el derecho constitucional a la ofrenda de sangre, pues la sangre, ha afirmado, es a la comunicación mística lo que el petróleo es a la terrena, a nuestros transportes, nuestras industrias procesadoras de animales, ávidas consumidoras de natura.
Vivimos en un Animal Planet descomunal cuyo protagonista no es el animal, sino el mercado. Y ya voy regresando, Yemayá, al portal de la casa, limpio de ofrendas.
Y sentada en él veo pasar, con paso presuroso y cabeza atormentada, a todos los clientes del babalao.
Uno
La voz se escucha como desde un cajón de aire: “Si vas a bañarte, báñate ya. No vayas a estar aquí sofocándolo a uno”. Debió tal vez decir “una”, es una vecina, combinación de madre y megáfono. Aunque esas, y otras distinciones de inmenso valor socio-político, no pasan la puerta de la casa.
¿Quién es uno? Me pregunto, un poco sofocada ya, a esta hora pico en que se encienden los olores, los televisores y los gritos. Cuando se avivan los bocinazos, se recalientan todos los motores, inquiero, ¿quién eres, uno?
Claro, eres un tango: “Uno busca lleno de esperanzas, el camino que los sueños prometieron a sus ansias, sabe que la lucha es cruel y es mucha…”; una canción del catalán Joan Manuel: “uno se cree, que los mató…”
También eres una partícula del discurso indefinido que indica al plural desde el singular, o que indica al singular desde el plural. Eureka, eres ese punto donde lo colectivo y lo individual se encuentran, inconscientes de sus ansias de armonía indeterminada. Eres como este barrio, esta ciudad, este mundo. Uno.
Y aunque uno se cree que cada cual es un mundo y habita en un mundo privado, grande, mediano, o chiquito (tal como vocifera ahora el vendedor de cuchillos), y aunque uno se cree que ese mundo privado tiene sus propios presupuestos y recursos, independientes de los del mundo uno, la realidad es una y lo que sí es múltiple es la unicidad de todas las formas de vida que la habitan.
Uno se cree. Uno se cree que paga por lo que recibe, por ejemplo, el agua, el gas, la electricidad y que, pagando, deja zanjada para toda la eternidad esa deuda con la vida, esa dádiva de la Madre Natura. Uno se cree y uno paga.
Pero también sueñas, has soñado tanto, Uno, con el alzamiento de tu propia conciencia, con el levantamiento irrevocable de una inteligencia sumada y sumaria, esa revolución que llaman evolución del pensamiento. Uno busca lleno de esperanzas el camino sin el cual cualquier cambio es imposible: se podrán multiplicar los timbiriches, podrá lo privado alcanzar “esa fuerza más” que ya ha alcanzado, sin efecto, en tantas otras partes, se podrá vender lo propio para alcanzar lo ajeno (y quizás viceversa), se podrán, en fin, argumentar con entusiasmo juvenil tantas obsoletas formas de cambalache, tantos decrépitos dictados del interés de Uno… del interés de todos, aunque no para todos sino sólo para el más hábil Uno, el Uno más fuerte, el más taimado, el Uno más uno de todos: el ego.
Sabe que la lucha es cruel y es mucha. Ahora que estás, como de costumbre, volviendo al mismo punto de donde ya saliste, regresando a la orilla de la cual ya partiste, ¿te acuerdas, Uno?
¿Por qué nos concierne, o no, la elección presidencial en USA?
Para muchas personas, en este planeta al menos, el evento más importante del año es la elección del nuevo presidente de Norteamérica. Nuevo presidente, ¿o no? ¿Qué es un nuevo presidente? Veamos,
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Un nuevo nombre
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Una cara nueva (tal vez)
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¿Un nuevo partido? Ni siquiera.
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¿Una nueva política? Tampoco.
En el año 1886, en entrevista concedida a La Correspondencia, respondía Antonio Maceo a la pregunta del periodista español,
“¿Prefieren ustedes una forma de gobierno dada en España, suponiendo que ha de favorecer sus intentos?”
“Nos es indiferente”, dijo Maceo, “que se consolide o no la monarquía. Sabemos que ningún gobierno español, por republicano que fuese, nos daría la independencia que ambicionamos”.
¿Por republicano que fuese? ¿Por demócrata que es?
A mis nietos, que saben ambos leer y escribir, no les interesa demasiado el resultado de estas elecciones. Son niños, claro está, ¿qué puede interesarles a los políticos lo que los niños piensan? Ellos están ahí para ofrecer, en uno u otro sentido, estadísticas convincentes, cuando no repugnantes. No para que se sepa su parecer acerca de lo que sucede a su alrededor. De ahí la pregunta, los pueblos ¿son como los niños?
Saber leer y escribir no diferencia a los adultos de los niños, tampoco trabajar, ni participar en una guerra, ni prostituirse, ni en fin, sufrir las consecuencias de una mala decisión política (cual frecuentemente emana de unas elecciones) o gozar los efectos de una buena. ¿Qué los diferencia, pues?
Una sola cosa, no participar de modo directo en el gobierno que los gobierna, valga la inevitable redundancia. ¡Ay! ¿Pero eso no hace que se parezcan más aun los pueblos y los niños? Y recaería una y otra vez en la duda si mirando jugar al nieto menor no me hubiera ya interrumpido a mi misma con otra pregunta: ¿Los pueblos juegan?
Claro que sí. Juegan a veces.
Y, ¿a qué juegan?
Me siento tentada a responder: juegan a elegir a quién o qué habrá de gobernarlos de por vida, sabiendo que la vida humana es breve. Si no, que lo digan los niños que mueren cada día gracias a las acciones de los elegidos. Que ellos no eligieron, que nunca elegirán. Que los adultos elegimos para ellos. En el nombre de ellos.
Entonces, ¿por qué será que a mis nietos no les interesa el resultado de la elección presidencial de los USA? El entretenimiento adulto por excelencia, el evento competitivo, informativo y mediático más importante del año. Más importante que las vacaciones. ¡Abuela!
Tienen razón, no es tan importante. Y he aprendido a confiar en ellos más que en cualquier presidente del mundo.
Perspectivas de Eladio Secades
Hace unos meses, mientras vagaba en dirección a casa de un amigo, me encontré en un librero de segunda mano una edición de 1958 de las Estampas de Secades. Como si en realidad no quisiera venderla, o juzgándome una acaudalada bibliófila de incógnito en La Habana, me la propuso por la espantosa cifra de 50 C.U.C. Sin pretensión alguna de profetizar, le anuncié el largo tiempo que su mercancía iba a dormitar en los estantes de plywood, junto a la avenida 23. Me ripostó, reafirmándome su confianza en el flujo de cubanos “de Miami”.
La semana pasada adquirí en una librería estatal la edición de las Estampas 1941-1958 de Eladio Secades, al cuidado de Laidi Fernández de Juan (Unión, 2010). ¿Precio? 15 pesos de los llamados “cubanos”, como si los otros no lo fueran; es decir, una millonésima parte de lo que reclamaba aquel librero con su emprendedora visión de una avalancha de cubano-miamenses dispuestos a pagar cualquier cosa por un trozo de pasado.
Por sí sola, la anécdota daría para una estampa sobre libreros, al estilo del propio Secades; o un análisis acerca de la realidad física y metafísica de dos monedas en un solo espacio vital; podría escribirse tal vez una guaracha o un tratado, lo cierto es que, como polvo que regresa al polvo, Eladio Secades está de nuevo en la ciudad.
Al leerlo me doy cuenta de que son tan ignorantes de su maestría tanto los que sólo lo conocieron por sus crónicas deportivas como los que no lo conocieron en absoluto. Téngase en cuenta, por favor, que digo maestría, no magisterio, que son conceptos que suelen confundirse como la mayonesa y la salsa bechamel.
¿Maestro de qué, Secades? Pues, de nada; ni siquiera puede decirse que lo sea de la digresión, aun cuando salte de palo para rumba con convicción de acróbata del pensar. ¿Pensador, entonces? Desecho la palabra al haber visto y conocido al tipo de intelectual que con ella se describe. Si tal es un pensador, entonces Eladio Secades debe de ser otra cosa.
Contemplando la elíptica de Secades, su tanteo de la realidad marcando sobre teclas en apariencia inconexas, en un cadáver exquisito de vox populi y sicología tropical, me doy cuenta de que en esas asociaciones vehementes pero pausadas, en las que el Chino de la Charada reparte el azar a ritmo de danzón y conga y los chucheros, prestamistas y hasta oficinistas nos miran como personajes de Murillo, “el estilo de la Revolución” está más vivo que en las pomposas afirmaciones de Mañach.
No, Lezama no estaba tan solo, si además de estas páginas, o las de Miguel de Marcos o Roa, lo cierto es que la conversación con el absurdo criollo, con el disparate encarnado en ideología o folklore, y el folklore y la ideología transfigurados en disparate, rebasan lo que en poesía pueden provocar un sustantivo y un epíteto infrecuente, o el contacto de dos cosas o seres remotos; no voy a abundar aquí sobre la relación entre revolución y disparate, ni recordar que la revolución no se inventó en el 59.
El peso, y el paso que la vanguardia, si se quiere “vanguardias”, iba dejando ya en la primera mitad del pasado siglo, se hace obvio en las descaradas frases de Secades, en su irrespeto metódico y sardónico hacia unas tradiciones que, al mismo tiempo, ama. Estampas no va a querer decir en este caso sólo retratos de familias, con sus paisajes y personajes pintorescos, quiere decir, sobre todo, retratos de ideas. También con sus paisajes y no menos pintorescos protagonistas.
¿Es Martí uno de ellos? Sin dudas a Secades no le era ajeno el trasiego con el Apóstol:
“Con Martí, los cubanos estamos cometiendo el pequeñísimo error de recordarlo en lugar de imitarlo”. Y “hemos sabido hacer una sagrada inutilidad de su recuerdo”. Con lo cual queda claro que ese que “se aprendió de memoria a Martí para ganar una discusión en la lechería” es un individuo que habrá sobrevivido a todas las revoluciones sin haber participado realmente en ellas.
Secades, que estudia el refrán y lo burla, ofrece al mismo tiempo un sinfín de definiciones entre verso y anatema. Hablando de perlas:
“Perla de las Antillas es una isla situada a la entrada y a la salida del Golfo de México, donde los habitantes precavidos deben llevar en el bolsillo un rollo de esparadrapo y un pomo de yodo, por si tienen la desgracia de caer en un Hospital”.
“Lo paradójico es que para comprar fe, hace falta tener mucha fe”.
“Lo que en realidad hacemos es tirar las penas a relajo, pero para tirar las penas a relajo, tienen que existir las penas”.
“Los escritores que no tienen ideas y sólo escriben con palabras son los cartománticos de la literatura. Que hacen bonitos castillos de naipes con el lenguaje”.
“El entierro es una culebra que lleva lágrimas en la cabeza y carcajadas en la cola”.
“Por la ausencia absoluta de poesía, se ve que algunos periódicos son redactados en plena digestión”.
¿Regresa, pues, Secades? Sí, no a destiempo, pues aquellas que nos ufanamos en considerar “lacras del pasado” se revelan hoy tan frescas que parecerían no haber desaparecido nunca. ¿Hibernaban? ¿O éramos más bien nosotros los que hibernábamos en el trópico? Me di cuenta una noche en que vi a un anciano, negro y sin zapatos, durmiendo en la caseta del cajero automático. No digo más pues, tal y como lo precisa el cronista, “no vale la pena describir ejemplos que siempre tenemos a la mano”.
La prisión del general Maceo
“¿Otra vez, señora, con Maceo?” Sí, lector, y además de ceñudo me miras desconfiado, porque sabes que aquel, el de las veintisiete heridas, nunca fue capturado, mucho menos encarcelado, aunque varias veces estuviera a punto de serlo. Si no, recordemos cuando, malherido tras el combate de Bajaragua, fue protegido por su hermano José entre un enjambre de soldados españoles que olfateaban de cerca la sangre del Titán y que, a punto de ser atrapado, salta de la camilla al caballo en medio de la balacera; o cuando tras el desembarco en Duaba, tras sucesión de infortunios, como el propio hundimiento de la goleta Honor, y escaramuzas, como la fatídica emboscada del cafetal “La Alegría”, anduvo vagando por las serranías de Guantánamo junto a dos compañeros, alimentándose de naranja agria y cañandonga, hasta encontrarse con las tropas del general Periquito Pérez.
O, en menos conocida anécdota, Maceo decide, entre la sagacidad y la impaciencia, cerciorarse en primera persona del singular de la marcha de los preparativos insurreccionales e incógnito navega de Costa Rica a Cienfuegos en el vapor Argonauta, viaja a Santiago de Cuba, de allí a la capital, se refugia en el barrio de San Isidro donde, reconocido, denunciado y perseguido, salva la broncínea piel gracias al aviso de un niño habanero.
No de estas aventuras y peripecias hablo, sino de cómo lo que no lograron millares de soldados y contraguerrillas, generales y traidores, ha sido conseguido y bendecido por la Oficina del Historiador de la Habana: llenar de rejas el parque Maceo en Centro Habana y rodear a su héroe de custodios y normativas.
“Un caso especialmente curioso en cuanto a los jardines habaneros es el que ofrece, desde su reinauguración, el Parque Maceo, frente al Malecón de la ciudad. Luego de un necesario trabajo de reacondicionamiento, que incluyó demoliciones y nuevas construcciones, en sus áreas verdes se plantó un jardín que, desde entonces, ha sido cercado, quizás como única forma de preservarlo. El acceso al parque ahora resulta mucho más complicado y la solución de evitar mediante una cerca que las personas atraviesen los jardines, no parece la más agradable a la vista, aunque quizás sea la única factible ante la indisciplina …”
Así describió, hace diez años, Leonardo Padura el enrejamiento, en una de las cabales crónicas que recoge el volumen Entre dos siglos. El que la sociedad cubana no haya logrado, tras varios siglos de pensamiento, guerras y revoluciones, solventar la disyuntiva entre indisciplina social y control férreo, pues no de otro material están hechas las rejas del parque Maceo, es una prueba de lo mucho que queda por hacer en el área del comportamiento colectivo y un desafío para educadores y filósofos.
Bien poco ilustrados somos si el cándido jardín debe quedar protegido por la espada flamígera de las prohibiciones… y las demoliciones, pues lo que Padura no cuenta es que la Oficina del Historiador destruyó el único anfiteatro de la zona, tal vez, según se oyó decir entonces a uno de los explosivos jefes de obra, porque esa construcción no concordaba con los valores urbanísticos del entorno. ¡Qué puntillosa operación! Pero de lo que suele pasar cuando los anfiteatros públicos son sustituidos por jardines cercados no voy a hablar en este breve artículo.
También se cerró (con rejas) el único paso peatonal subterráneo de ese segmento de la costa norte habanera que es el Malecón y quizás de toda la franja costera de la ciudad. Quién sabe si porque allí se orinaba y defecaba a voluntad (además de otras prácticas biológicas), con lo que, demolidos los baños públicos junto con el anfiteatro que los abrigaba, y clausurado ejemplarmente el improvisado meadero, se ve ahora orinar por doquier a los bebedores de cerveza que amenizan la esquina que del parque da a Belascoaín, pues visto está que rejas no engendran disciplina, sólo desvían el chorro de las malas costumbres en otras direcciones.
¿Será que el férreo vallado es coherente con el entorno que ofende? En modo alguno, el flujo urbano queda interrumpido por las monumentales rejas, pues de eso se trata: el parque dejó de serlo para ser monumento, el centro arterial se torna coágulo y el espíritu de bronce se aburre protegido por una voluntad “de hierro” que, inevitablemente, se oxida frente al mar.
Televisión cubana Made in USA
¡En la esquina roja Tom y Jerry, en la esquina azul Elpidio Valdés! No se trata de eso: vendría a validar el mismo tipo de dogma que la televisión norteamericana parece estar obsesionada en predicar. Que toda la existencia y su perenne desarrollo giran en torno al antagonismo, a ser winners and losers o, mejor dicho, winners or losers.
El hecho es que la televisión cubana de hoy se inclina con algo más que ambigüedad y sana coquetería por una decidida difusión de una ideología: todos, desde las iguanas y los caimanes de los trópicos, hasta los políticos que se miden en el grandilocuente torneo de las elecciones presidenciales, sin olvidar a los muchachos que en un High School o un College son capaces de casi todo por sobresalir en el rugby o en las matemáticas y ser very popular. Todos deben luchar para vencer y ser “alguien”.
Ser alguien, no está de más decirlo, es una tautología, pues no es posible ser sin ser alguien, alguna cosa, algo. Algo que, no necesariamente, debe sobresalir o ser aplastado. Puede sencillamente existir. Esto no está incluido en la ideología que conforma una programación que, desde los cartones matutinos hasta los thrillers nocturnos, está centrada en un “quítate tú para ponerme yo” que no suele excluir método por violento y desleal que sea.
Así nos explicamos la historia humana, sobrehumana e infrahumana, es decir todo, de la zoología a la astrofísica, con banda sonora de Beyonce y pensamientos a lo Ronald Reagan; porque, eso sí, debe haber sitio para todos los gustos.
¿Son conscientes los empleados y directivos de la televisión cubana, o habanera, del celo con el cual divulgan estos “valores”? Hay un programa que es todo un paradigma, y lleva el excitante nombre de “Pasaje a lo desconocido”. Lo desconocido será aquello que decidan mostrar History Channel, National Geographic Channel y otros channels más allá del canal de la Florida que se dejan generosamente acompañar por los comentarios de los especialistas cubanos.
Podría decirse que no hay nada más cubano que dos especialistas comentando acerca de lo que piensan, hacen o hacen ver los norteamericanos. Mas no quisiera ser sardónica. Baste preguntar si esos mismos especialistas u otros no podrían realizar sus propios documentales.
Oh, no! Pues nunca serían como los “americanos”, nunca estarían tan bien hechecitos ni serían un modo tan ameno de equivocarnos con respecto a la ciencia, la religión, el sexo, los vikingos o las artes marciales. No hay como ellos para difundir disparates con certeza bíblica y ritmo de rock and roll.
Desde luego que existe ya un fatalismo con respecto a la supremacía de Hollywood (léase Washington) en cuanto al lugar que debe ocupar, y ocupa, en nuestras vidas. Es un sitio inexpugnable que ni siquiera las telenovelas brasileñas logran amenazar. A fin de cuentas, estas no hacen otra cosa que promover más de lo mismo: asesinatos, estafas millonarias, adulterios y prostitución, sin excluir la infantil y, en fin, el resto de los anti-mandamientos.
Ante tales fatalismos nos preguntamos cuál debe ser el lugar que han de ocupar nuestras propias vidas en nuestras propias vidas. Pues no será que las vidas de otros nos interesan en la medida en que hacen mejores las nuestras, que las llenan de luz y de esa sabiduría cotidiana que emana de seres anónimos que no roban ni matan, ni vencen ni son derrotados, y de los cuales tan poco se habla en las televisoras.
Tal vez ese punto de vista les parezca limitado, casi fundamentalista. ¡Hay que divertirse, no! ¡Hay que relajarse! Me gustaría relajarme ante la hipnótica regularidad de los cadáveres trucidados o carbonizados, de los médicos forenses, fiscales o abogados defensores, policías y criminales, ejecutivos corruptos, serial killers, cheer leaders, party leaders y otros protagonistas de la saga humana, mas confieso no haberlo logrado. Es obvio que para algunos el universo es prácticamente un invento de Edison, como el teléfono, pero me resulta difícil adaptarme a ninguna de las dos cosas: el que así sea o el que así lo crean los que velan por nuestras horas de entretenimiento. Y no solo ellos.
Claro que puedo no encender el aparato de televisión. Sufro de la aciaga presunción de haberme entretenido ya bastante. Mas, qué será de mis nietos en sus horas de asueto, tan obligatorias y programadas como las otras horas, me preocupa. Deberán ponerse al corriente de lo que piensan, hacen o hacen ver sus coetáneos del mundo global: es decir, ser cada día mejores atletas en la olimpíada del consumo y el nonsense.
Desde luego, los que hemos vivido en una atmósfera pobre en entretenciones y rica en prohibiciones conocemos de lo inconveniente de las puertas cerradas a cal y canto a lo que sucede, bueno o malo, alrededor nuestro. Sin embargo, promover basura bien empacada no es una alternativa, ni a la censura ni mucho menos a la creatividad.
(Continuará)