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¿Adónde va la oposición en Venezuela?* Julia Buxton

 

 

*Publicado originalmente en Le Monde diplomatique, bajo el título “Où va l’opposition à Nicolas Maduro?” en su número de marzo de 2019. Traducido del francés por Rolando Prats para Patrias. Actos y Letras.

 

 

Golpe de Estado, paro patronal (lockout), boicot de las elecciones.... El ala radical de la oposición venezolana lo ha intentado todo para derrocar, primero, al presidente Hugo Chávez y, luego, a su sucesor Nicolás Maduro. Si bien el caos económico y social favorecía sus planes, la oposición saboteó los intentos de diálogo con el gobierno en 2018 y ahora depende de la intervención estadounidense para lograr sus objetivos.

 

¿Habrá ocurrido lo inimaginable en Venezuela? Una oposición paralizada por resentimientos y diferencias estratégicas parece haber logrado unirse. La idea de que la reelección del presidente Nicolás Maduro en mayo de 2018 carecía de legitimidad permitió tender puentes más allá de antagonismos que hasta entonces parecían insuperables. Opuestos en su mayoría a Maduro, los diputados de la Asamblea Nacional convinieron en que el Presidente había “usurpado” su puesto, con lo que se justificaba la invocación de la Constitución Bolivariana de 1999, en la que se establece que, en ese caso, el Presidente del Parlamento asumirá las riendas del país. El 23 de enero, Juan Guaidó se proclamó a sí mismo “presidente encargado” y se fijó la tarea de establecer un gobierno de transición que organizaría elecciones presidenciales en el plazo de un año. En los días siguientes, Guaidó fue reconocido por unos 50 Estados, entre ellos los Estados Unidos, Brasil, Ecuador y la mayoría de los países de Europa Occidental.

 

Numerosas voces, entre ellas la del intelectual estadounidense Noam Chomsky, denunciaron la maniobra como un golpe de Estado[1]. El exrelator independiente de las Naciones Unidas, Alfred de Zayas, estima que las sanciones estadounidenses (que no han dejado de endurecerse desde 2017) constituyen “crímenes contra la humanidad”[2], por cuanto agravan la ya muy dura situación económica y social del país[3]. Pero la esperanza de que las presiones estadounidenses precipitaran un cambio de régimen ha sido efímera. A pesar de los llamamientos a la rebelión, las fuerzas armadas siguen siendo leales a Maduro. Rusia y China también lo apoyan, si bien esta última ha iniciado conversaciones con la oposición sobre la deuda de 75.000 millones de dólares que Caracas ha contraído con ella[4]. La invitación a encontrar una solución negociada, defendida por México y Uruguay, le serruchó el piso a Guaidó.

 

Azuzado por Washington, Guaidó ha rechazado las invitaciones al diálogo y ha preferido exhortar al endurecimiento de las sanciones, sin descartar la idea de una intervención militar extranjera.

 

Más allá de esta unión circunstancial, la pregunta sigue siendo: ¿qué país pretende construir la oposición? Por el momento, la oposición no ofrece ninguna respuesta precisa. Y ello por buenas razones: divisiones violentas siguen desgarrando a los oponentes de Maduro. Su cohesión, cimentada a la carrera en los últimos meses, amenaza con resquebrajarse en cuanto llegue el momento de organizar el poder, distribuir puestos e impartir orientaciones.

 

Hablando esquemáticamente, se pueden identificar tres tendencias principales. La primera gravita en torno a Voluntad Popular, la agrupación de Guaidó, fundada por Leopoldo López –actualmente bajo arresto domiciliario por incitación a la violencia y conspiración durante los disturbios de 2014[5]–, así como de María Corina Machado y Antonio Ledezma, fieros opositores de Hugo Chávez desde el primer momento. Los actores clave de la operación provienen todos de esta nebulosa, lo que queda ilustrado por la vaguedad que mantienen en torno a sus convicciones ideológicas, así como por su comportamiento de clan. A pesar de su escasa representación en la Asamblea Nacional (14 escaños de un total de 167), Voluntad Popular parece ser el único partido detrás de la maniobra.

 

Dentro de la oposición, este partido encarna el ala más radical, la más cercana a Washington, la más desprovista de cualquier base social y la menos inclinada a la búsqueda de soluciones intermedias. Si a Guaidó se le ocurriera abrir la puerta a la reconciliación con los venezolanos —todavía numerosos— que se identifican con el chavismo, se arriesgaría a provocar la ira de sus partidarios, que su agrupación se ha afanado en enardecer durante años.

 

 

 

Venganza o reconciliación

 

Este sector radical siempre ha considerado que la participación en las elecciones tendía a legitimar el poder autoritario, contribuyendo así a debilitar la democracia. En contacto permanente con la diáspora que vive en los Estados Unidos, goza de un contacto privilegiado con los sectores más conservadores del sistema político estadounidense, y en particular con el senador de la Florida Marco Rubio. Con el apoyo de think tanks bien establecidos (Consejo de las Américas, Fundación Carnegie), así como con la ayuda contante y sonante de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y la Fundación Nacional para la Democracia (NED), esta recua inunda los medios de comunicación de advertencias contra los partidarios del diálogo.

 

Aprovechándose de la antipatía generalizada que sienten los votantes venezolanos por los partidos centralizados, los radicales se apoyan en “redes populares” de contornos borrosos, en los medios de comunicación en línea y en la movilización de estudiantes endurecidos, aunque no muy numerosos. Pero están pagando el precio de su elitismo. Provenientes de grupos sociales privilegiados, de tez blanca, que se fueron a estudiar a los Estados Unidos, sus líderes se distinguen de los venezolanos que idolatraban a Chávez. Sus intentos de derrocar a Chávez —incluido un fallido golpe de estado en 2002— fueron percibidos como tentativas desesperadas por parte de una minoría de ricos deseosos de imponer sus preferencias. Mientras la revolución bolivariana acumulaba éxitos en la redistribución de la riqueza y la reducción de las desigualdades entre razas, clases y géneros, el acercamiento de este pequeño equipo a los neoconservadores de Washington contribuyó a conferirle esa imagen de grupo antinacional y antipopular.

 

Los otros dos sectores antichavistas se han mostrado más dispuestos a participar en los procesos electorales, a dialogar y a centrarse en la “reconciliación”. Su influencia dentro de las diversas coaliciones de oposición formadas desde la elección de Chávez en 1998 ha variado según el peso relativo de los radicales. Tras su éxito en las elecciones regionales de 2008 y en las elecciones parlamentarias de 2010, su estrategia electoral hinchó las velas de los “centristas”. Sus derrotas, como la de Henrique Capriles contra Maduro en las elecciones presidenciales de 2013, galvanizaron a los partidarios del boicot de las urnas, quienes prefieren las movilizaciones callejeras.

 

La posición centrista está vinculada con los dos principales partidos de oposición: Primero Justicia (27 de los 109 escaños de la oposición en la Asamblea) y Acción Democrática (25 escaños), aunque algunos líderes no han dejado de ir y venir entre ambos. Primero Justicia nació de varias campañas en favor de una reforma política en la década de 1990 y se inscribió como partido político en el año 2000. Acción Democrática, por otro lado, sigue siendo el partido histórico más grande del país tras haberse alternado en el poder con el Partido Demócrata Cristiano y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei), entre el retorno a la democracia en 1958 y el inicio de la revolución bolivariana en 1999.

 

Dentro de ese grupo moderado, se atribuye a Capriles, líder de Primero Justicia, haber roto con la estrategia original de boicot que le había permitido a Chávez disponer del poder a nivel nacional, regional y municipal entre 2000 y 2006. Pragmático, Capriles trató de empujar a la Mesa de Unidad Democrática (MUD), coalición de partidos opositores formada en enero de 2010, hacia una posición menos derechista. Bajo su liderazgo, la MUD continuó refiriéndose a la “necesaria reactivación” económica, a la “indispensable reconstrucción” democrática de las instituciones o a la “urgencia de una recomposición social” del país. Pero también reconoció el apoyo popular del que gozaba Chávez y la necesidad de continuar con algunos de sus programas sociales[6].

 

Las elecciones legislativas de 2010 consolidaron la posición de los centristas y cimentaron la unidad de la MUD en torno a la candidatura de Capriles para las elecciones presidenciales de 2012. El candidato adoptó entonces un programa de centro-izquierda: promoción de la iniciativa privada y consideración de las cuestiones sociales. Para algunos miembros de la oposición que anteriormente habían abogado por una cura de adelgazamiento para un Estado que consideraban obeso, por el retorno a una economía de mercado y por la privatización de la economía, comprendido el sector petrolero, no había nada de anecdótico en esa evolución. Mientras que los radicales no hacían sino hablar de procedimientos legales contra los miembros del gobierno, Capriles hacía hincapié en la reconciliación y la unidad nacional.

 

 

 

"Carne de cañón"

 

En 2012, Chávez ganó holgadamente por un margen del 11%, pero su muerte, en 2013, precipitó otra elección, que Capriles perdió contra Maduro sólo por el 1,49%. Esta sucesión de fracasos, sin embargo, fortaleció el poder de los radicales. Una vez más, Capriles se hundió en la sombra de Leopoldo López tras disputas de tal violencia que, según la revista Foreign Policy, despertaron en los medios de comunicación “la misma emoción que las telenovelas nacionales”[7].

 

Descrito por un cable del Departamento de Estado de los Estados Unidos en 2011 como “una figura divisiva en el seno de la oposición”, “arrogante, vengativo y sediento de poder”, pero dotado de “infalible popularidad, carisma y talento organizativo”[8], López se unió al partido Un Nuevo Tiempo (UNT), otra escisión más, formada en 1999, de Acción Democrática, que se empeñó sobre todo en atizar los rescoldos de las manifestaciones estudiantiles de finales de la década de 2000, y fundó Voluntad Popular en 2009. Obligado a renunciar a sus mandatos por acusaciones de corrupción, López se convirtió en el oponente más temido del campo chavista, elevado al rango de héroe entre los sectores más radicales de la oposición. Este estatus le valió las vejaciones del poder y una pena de privación de libertad. En ese contexto, Capriles no representaba a los ojos de los más exaltados sino un mirlo ligeramente soso en comparación con el zorzal López. Sin embargo, un nuevo denominador común permitiría pronto unir las dos posiciones opuestas, en forma de una fusión de estrategias: una insurrección adosada a la exigencia de un proceso electoral.

 

En las elecciones legislativas de 2015, la MUD ganó con el 65,27% de los votos, obteniendo la mayoría de los escaños. Sin embargo, aunque los miembros de la coalición se habían puesto de acuerdo sobre la necesidad de llegar al poder, no habían elaborado ningún proyecto que poner en práctica una vez alcanzado ese objetivo. Aparte de su intención declarada de derrocar a Maduro “en un plazo de seis meses”, sus demandas se limitaban a la liberación de los “presos políticos” —en particular de Leopoldo López— y a la suspensión de algunos de los programas sociales más populares del país. En un contexto de caos económico, escasez e inseguridad desenfrenada, una vez más las prioridades de los diputados no lograban coincidir con las de la población. A lo largo de este período, las encuestas de opinión atestiguaban el ascenso del “ni ni”, es decir, de quienes rechazaban tanto al poder madurista como a la oposición. Según las encuestas, este grupo representaba casi la mitad de la población en 2017[9].

 

Ese mismo año, la MUD implosiona. Maduro acababa de crear la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) para eludir el órgano legislativo tradicional en manos de la oposición, cuya legitimidad cuestionó con el pretexto de sospechas de compra de votos contra tres diputados del Estado de Amazonas. La ANC no fue reconocida ni por los Estados Unidos ni por la Organización de los Estados Americanos (OEA). La situación parecía favorable a los sectores radicales, que obtenían gran parte de su apoyo en el extranjero. No obstante, cinco gobernadores elegidos bajo la bandera de la MUD prestaron finalmente juramento ante la nueva asamblea, y una vez más se revelaron las divisiones en el seno de la oposición.

 

Las filas de los partidarios de la vía electoral comenzaron a nutrirse de refuerzos chavistas —a veces exministros del presidente desaparecido— y, en general, de militantes socialistas que la corrupción, el autoritarismo y el caos económico habían llevado a la ruptura y quienes en las elecciones presidenciales de mayo de 2018 apoyaron la candidatura de Henri Falcón. Este último fue blanco de las críticas más vehementes dentro de la propia oposición. Así María Corina Machado calificó la actitud conciliatoria de Falcón de “repulsiva e indignante”[10]. Maduro ganó con casi el 68% de los votos y una raquítica participación del 46%. Este nuevo fracaso de los moderados embriagó a los radicales, ante todo a un tal Juan Guaidó.

 

La autoridad de Guaidó sobre la nebulosa de la oposición sigue siendo frágil. Pocos días antes del discurso en que Guaidó se proclamara Presidente, Capriles denunció los intentos de “ciertos” miembros de la oposición que, según él, parecían dispuestos a transformar a la población venezolana en “carne de cañón”[11]. Después de mantenerse la fachada de la unión en los días que siguieron a la decisión de Guaidó, de nuevo se intensificaron las críticas, por cuanto el objetivo inicial, el rápido derrocamiento de Maduro, no se había logrado. El 15 de febrero, en un artículo de The Wall Street Journal se señalaba que, a pesar de que Voluntad Popular y sus aliados estadounidenses estaban convencidos de que “el régimen del presidente Nicolás Maduro se derrumbaría rápidamente tan pronto como Washington se comprometiera a privarlo de su apoyo militar para acelerar su partida, las cosas no ha[bían] salido como se esperaban”[12].

 

Una vez más, la incapacidad de la oposición para ponerse de acuerdo sobre una estrategia para la toma del poder habrá eclipsado su principal debilidad: su incapacidad para proponer un proyecto político coherente que convenza a la mayoría de los ciudadanos. Al tiempo que Maduro todavía puede movilizar a una parte de la población, la persistencia de la lógica de clan dentro de la oposición compromete la búsqueda de una solución pacífica a la crisis actual.

 

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Notas

 

[1Open letter by over 70 scholars and experts condemns US-backed coup attempt in Venezuela, 24 de enero de 2019.

[2] Michael Selby-Green, Venezuela crisis: Former UN rapporteur says US sanctions are killing citizensThe Independent, Londres, 26 de enero de 2019.

[3] Renaud Lambert, Venezuela, les raisons du chaosLe Monde diplomatique, diciembre de 2016.

[4] Kejal Vyas, China holds talks with Venezuelan opposition on debt, oil projects"The Wall Street Journal, Nueva York, 12 de febrero de 2019.

[5] Alexander Main, Au Venezuela, la tentation du coup de force ”Le Monde diplomatique, abril de 2014.

[6Lineamientos para el programa de gobierno de unidad nacional (2013-2019) (PDF), MUD, Caracas, 23 de enero de 2012.

[7] Roberto Lovato, The making of Leopoldo LópezForeign Policy, Washington, D.C., 27 de julio de 2015.

[8Ibid.

[9] Yesibeth Rincón, Crecen los 'ni ni' ante falta de soluciones a crisisPanorama, Maracaibo, 2 de enero de 2017.

[10] Orlando Avendaño, Machado sobre candidatura de Henri Falcón en presidenciales de Maduro: ‘Es repulsiva e indignante’ , PanAm Post, 5 de marzo de 2018.

[11]  ¿Quién es el enemigo de la Asamblea Nacional? , 13 de enero de 2019.

[12] David Luhnow y Juan Forero, Risk of stalemate mounts in VenezuelaThe Wall Street Journal, Nueva York, 13 de febrero de 2019.

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