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ACTOS Y LETRAS
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Año VI / Vol. 24 / enero a marzo de 2022
Sobre el Caribe* Manuel Moreno Fraginals
(Manuel Moreno Fraginals entrevistado por Alfredo Prieto González)
1. Como especialista en la historia y la cultura caribeñas, ¿qué factores determinaron su interés por este tipo de estudios?
M.M.F.: Más que especialista en la historia caribeña, preferiría ser catalogado simplemente como un estudioso de la historia y la realidad del Caribe. Uno nunca sabe de manera cierta qué intereses le inclinaron en una determinada dirección, siguiendo esa fuerza indefinible que llamamos "vocación". Creo que en mi interés por el Caribe pudieron influir, desde muy niño, razones familiares. La rama Fraginals, oriunda de Mataró (Cataluña), se constituyó un consorcio modesto, pero de gran movilidad, de marineros y, obviamente, contrabandistas[—]aunque esta palabra nunca se pronunciara en mi casa[—], dedicados a la carrera de Indias desde el siglo XVIII. Se establecieron en La Guaira y Puerto Cabello. Luego emigraron a Curazao, donde mi cuarto abuelo por línea materna casó con la hija de un comerciante holandés. Finalmente emigraron a Cuba. Mi tercer abuelo, o tatarabuelo, nació en Curazao y fue un activo exportador de cacao venezolano a Europa.
Por la rama paterna, los Una (los apellidos de mi padre eran Moreno Una) constituyen una rama vasca que negoció con la famosa Compañía Guipuzcoana, y sus antepasados se establecieron desde mucho antes en la costa caribeña de Colombia. Mi abuela paterna, que fue una poetisa de regular valía y amplia cultura, solía decir que una rama familiar suya estaba entre los fundadores de Santa Marta que, como usted sabe, es la ciudad más antigua de Colombia. Ella misma casó en Santa Marta. Mi abuelo paterno, el coronel de la Guerra de los Diez Años, Manuel (Lico) Moreno, fue exiliado político en Jamaica, donde transcurrió la infancia de mi padre. Para mi padre, Jamaica fue siempre su segunda patria y el creole jamaiquino su primera lengua. No sé cómo, si desde los Estados Unidos o desde Jamaica, se hizo amigo de Marcus Garvey. Recuerdo cómo sin sombra de dolor (mi padre fue siempre un hombre de desbordante optimismo) nos contaba que cuando niño conducía cerdos hasta los mercados de Kingston, y lo hacía descalzo para cuidar sus zapatos para la misa del domingo. Podría seguir contando de otros muchos acercamientos familiares al Caribe, pero creo que los narrados sobran para entender por qué en las noches de tertulias familiares e íntimas de nuestra casona de Cienfuegos, el paisaje del Caribe se reconstruía en continuas evocaciones. En este sentido, creo que fue decisiva para mí la fabulosa memoria de mi padre, reviviendo hechos que quedaron indeleblemente grabados en mi mente. Después, mucho más tarde, comprendí que no es posible hablar de historia de Cuba ignorando el Caribe. Hoy las evocaciones familiares se confunden con las imágenes reales recibidas transitando y, a veces, viviendo en Jamaica, Haití, Santo Domingo, Puerto Rico, Barbados, Trinidad, Curazao, Aruba, Margarita, La Guaira, Puerto Cabello, Maracaibo, Barranquilla, Cartagena, Panamá y, lógicamente, recorriendo mi isla caribeña de un extremo a otro.
Me he extendido algo en la respuesta porque creo que, en general, el especialista en ciencias sociales necesita tener una relación física con el medio que estudia. Si le falta esta relación, esta vivencia, puede hacer erudición (a veces excelente y útil erudición), pero nunca historia, sociología, antropología viva. El territorio, el medio ambiente, no es sólo un dato climático, geofísico: el hombre y la sociedad establecen relaciones muy particulares con el medio que habitan. Estas relaciones dan la dimensión no sólo del medio sino del propio hombre que transita, transforma y domina el paisaje.
2. ¿Cuáles son, en su opinión, los problemas metodológicos fundamentales que enfrenta el estudio del Caribe?
M.M.F.: Bueno, para entendernos y no entrar en la interminable discusión de qué es El Caribe, de ahora en adelante, y exclusivamente a los efectos de esta entrevista, consideramos como sociedades caribeñas las establecidas en las islas del arco antillano que va desde Cuba hasta las costas de Venezuela. En el continente, y por razones de desarrollo histórico, pueden considerarse como caribeñas las antiguas Guayanas (hoy Guyana, Surinam y Cayena). Ahora bien, hay lo que pudiéramos llamar una zona limítrofe que es y no es Caribe. Por ejemplo: Cartagena y Portobelo son dos enclaves básicos del Caribe, pero son dos enclaves continentales. Todo depende del observador: si situado en la costa mira hacia el mar o hacia la tierra. Polemizar en torno a si estos puntos continentales pertenecen o no al Caribe es tan ocioso como discutir si la puerta a la calle de una casa debe incluirse en el estudio de la casa o de la calle.
Fijado este punto, tendríamos que diferenciar dos zonas que tuvieron desarrollos históricos asincrónicos: la zona española, donde una economía de plantación arraiga muy tarde (finales del siglo XVIII) y el Caribe inglés, francés, holandés, danés y sueco, con una floreciente economía de plantación a partir del siglo XVII. Empezando por este último (el Caribe no hispánico), tenemos un desarrollo histórico que difiere totalmente de la historia europea en un hecho clave: la estructura social de este Caribe no emerge de manera espontánea. No: esta sociedad caribeña constituye el primer caso mundial, a gran escala, de sociedades implantadas, creadas a partir de una acción empresarial, económica, de tipo moderno. Y durante casi dos siglos el 80% o más de la población sigue sujeta a los fines empresariales de origen, que son los que conforman las características demográficas de la sociedad. Repito: creo que este es un caso único en la historia, y por lo tanto exige una metodología específica capaz de iluminar y apresar el hecho social.
En todas estas islas no hispánicas la población aborigen es sistemática y rápidamente eliminada y se establece una economía de plantación. Ahora bien, una plantación no es una sociedad: es un negocio. Que la plantación deriva en sociedad, es obvio. Pero también es obvio que en su estadio inicial la plantación es concebida, organizada y puesta en marcha como un negocio; es decir, no se trata de una comunidad primitiva que arraiga en una determinada zona y establece unas relaciones de producción y evoluciona hacia el esclavismo, etc., etc. No: aquí no hay nada de eso. Se trata, por el contrario, de un grupo empresarial "moderno" que con un objetivo económico fundamental, establece en un lugar previamente seleccionado un negocio de explotación agrícola para producir mercancías que venderá en el mercado mundial. Por lo tanto, desde el primer momento en la llamada "colonización" de estas islas están presentes problemas de inversión, producción y comercio. O sea, que el mundo social de estas Antillas partió de lo que en términos modernos se llama una tarea de inversión que implicó el estudio de los distintos factores económicos, sociales, técnicos e institucionales del negocio. A partir de ahí se decidió la inversión y reunió el capital, que fue aportado en forma de efectivo, especie (transportes, víveres, equipos, etc.) o en hombres.
También a partir de esta tarea de inversión se decidió el lugar (es decir, la microlocalización de la empresa), el tipo de explotación agrícola, la tecnología, la fuerza de trabajo, la transportación y venta del producto, y el reparto de las utilidades. Hay un hecho excepcional pocas veces puesto de relieve: por ejemplo, la colonización de Barbados fue planeada exactamente igual que la de Virginia. Pero pocas décadas más tarde Virginia y Barbados ofrecían dos panoramas sociales diversos: ¿Por qué? Para responder a este pregunta retornamos a la cuestión del método. Todo el proceso colonizador del Caribe no hispánico y su desarrollo hasta mediados del siglo XIX debe ser estudiado, en primer lugar, empleando una técnica de análisis empresarial. Ahora bien, como son empresas que devienen sociedades, la evolución del complejo humano creado por la acción de estas empresas (esclavos, plantadores, comerciantes) requiere paralelamente un análisis sociológico y antropológico. Los esclavos exigen un estudio económico desde el momento en que son mercancías que se compran y venden, fuerza de trabajo de las empresas, y figuran en la hoja del balance general como un rubro del activo fijo junto con las tierras, los animales, las maquinarias y los equipos. Pero también los esclavos son seres humanos con patrones de comportamiento y normas religiosas, valores éticos y estéticos, y requerimientos biológicos que necesariamente entran en contradicción con el sistema productivo impuesto, que pretende consumirles hasta el último minuto de su vida útil. Y todo esto exige estudios sociológicos, sicológicos y antropológicos. Desde mediados del siglo XVII hasta mediados del XIX este convulso mundo caribeño va a estar como aprisionado entre ambas fuerzas; la resultante dialéctica de esta lucha será lo que pudiéramos denominar una sociedad de plantación con una cultura de plantación.
3. ¿Cómo enfrentar esta problemática en la perspectiva de un análisis marxista?
M.M.F.: El primer hecho a destacar aquí es que en ningún momento los creadores del materialismo histórico se dedicaron a estudiar el sistema de plantaciones. El propio Marx conocía la estructura del sistema de plantación nacida en el proceso de desarrollo capitalista europeo y, dialécticamente, impulsando las fuerzas que le dieron vida. Sus observaciones sobre las plantaciones americanas escasas, pero donde brilla toda la magnitud de su genio, revelan hasta qué punto penetró en la entraña misma del sistema. Sin embargo no se dedicó a estudiarlo: su área de intereses era Europa. En general, los creadores del marxismo, y quienes como Lenin aplicaron y desarrollaron sus métodos de análisis, no se volcaron sobre los temas americanos. Esto implica un gran reto a los historiadores, sociólogos y antropólogos marxistas del Nuevo Mundo: no se trata de acotar a Marx sino de aplicarlo creadoramente. Y en este punto me encanta siempre repetir la frase extraordinaria de mi maestro Pierre Vilar: "Marx (...) fue más prudente que todos sus predecesores, pues no aportó ni filosofía, ni moral, ni abstracción económica valedera para todos los lugares y todos los tiempos, sino simplemente un método de análisis y una serie de hipótesis, pendientes estas de ser comprobadas mediante la acción práctica en el campo de la política, y mediante la investigación en la reconstrucción del pasado humano".
Creo que, metodológicamente, hay dos aspectos básicos del Caribe sin los cuales no hay posible acercamiento a su comprensión: la geografía y la demografía caribeña. Y por favor, no confunda mis palabras. De salida desecho esa concepción casi física de la historia que ve la geografía o la demografía como "causa" o "factor" de los procesos sociales. Marx se negó siempre a este tipo de interpretaciones. Pero jamás rechazó la relación dialéctica de la geografía o la demografía con el movimiento económico. Insisto mucho en la geografía del Caribe porque, siendo la plantación una empresa económica productiva de carácter agrícola exigió un medio físico con determinadas características, sin las cuales el negocio no era posible (o no era rentable, que es lo mismo que decir que no era económicamente viable). Entre los siglos XV y XIX los mayores productores mundiales de azúcar de caña fueron siempre islas: Sicilia (en el Mediterráneo), Canarias y Sao Tomé (durante la primera etapa europea de expansión atlántica) y Barbados, Jamaica, Cuba y Java en los siglos XVIII y XIX. No fue casual: la plantación requería tierras llanas, fáciles de cultivar con instrumentos agrícolas elementales (la azada, la estaca primitiva o "jan", o a lo sumo el arado tipo romano llamado en Cuba "criollo", que roza la tierra casi sin penetrarla), cercanas al mar, con un determinado índice de pluviosidad y definidos períodos de lluvias y seca, cubiertas de bosques que al ser talados dejen un rico humus, etc., etc. Las islas del Caribe y especialmente las pequeñas reunían de manera excepcional estas características y por eso en ellas pudo desarrollarse prodigiosamente el sistema. Naturalmente que estas características geográficas (medio de producción) y los instrumentos empleados para el cultivo de la caña y la producción azucarera (instrumentos de producción) fueron evolucionando a lo largo de la historia del Caribe. Así las islas pequeñas son ideales para el establecimiento del sistema de plantación en el siglo XVII, pero ya en el siglo XVIII han evolucionado las características geofísicas y también los instrumentos de producción, lo cual plantea nuevas relaciones dialécticas, y mucho más aún en los siglos XIX y XX. Este es un proceso difícil de explicar en pocas palabras y aún difícil de entender para quien no sea un especialista en las técnicas de producción azucarera. Recuerde que estamos hablando de un negocio y los negocios sólo se pueden explicar técnica y económicamente.
El hecho concreto fue que lo que era racional económicamente y altamente rentable en el siglo XVII, lo es mucho menos en el XVIII y ruinoso en el XIX. Y este proceso de ruina tuvo su razón de ser en la relación dialéctica entre el tamaño geográfico, la evolución de los factores naturales y el desarrollo de los instrumentos de producción. Surgen así dos problemas históricos del Caribe que llegan a nuestros días. El primero de ellos es la evolución de la naturaleza bajo la acción depredadora del hombre: este es un asunto que ocupa la atención de los ecologistas y sobre el cual la UNESCO está desenvolviendo un bello programa. La fertilidad inicial de las islas era la resultante de sus frondosos bosques con la transformación de la vegetación arbórea en humus: pero tan pronto los bosques fueron talados se detuvo la producción de humus y las tierras perdieron su famosa fertilidad, acelerándose el proceso de erosión. En otras palabras: la naturaleza también tiene su historia y las islas de hoy no son las islas del siglo XVI: hoy son menores e infinitamente más pobres. Además, hoy están cubiertas por una vegetación "importada" (caña de azúcar, cafetos, cítricos, etc.), y por una fauna también "importada" (vacas, caballos, cerdos, carneros, gallinas...). El otro problema geográfico es como el anverso de la misma moneda: nos referimos al tamaño de las empresas. En el siglo XVII, en una isla pequeña cabían varias empresas, pues el tamaño de una "gran" plantación oscilaba entre 15 y 30 hectáreas. Muy pronto la evolución de las técnicas de producción y la llamada búsqueda de la economía de escala exigieron cada vez más tierras para cada plantación.
A comienzos del siglo XIX requieren un mínimo de 300 hectáreas; 500 hacia 1840 y no menos de 1500 en 1890. Al comenzar el siglo XX será normal la ocupación de más de 5000 hectáreas, y la cifra promedio continuará creciendo hasta nuestros días. Teniendo en cuenta estas cifras, se entiende por qué en la isla de Barbados, a finales del siglo XVII, está planteado el problema del latifundio.
Muy pronto las empresas pequeñas (y esto equivale a decir las islas pequeñas) entraron en crisis. Islas completas, que eran orgullo económico de los plantadores en el siglo XVII, son poco rentables en el XVIII y ruinosas en el XIX. Este problema de economía empresarial a partir del tamaño de la plantación se ha de replantear en nuestros días bajo una nueva óptica: la viabilidad económica de los Estados independientes pequeños, como Antigua, Granada, Barbados, Santa Lucía y San Vicente. Recuérdese que Cuba sola es igual o mayor que la suma de todas las demás antillas, incluyendo a Jamaica, Puerto Rico, Santo Domingo y Haití.
El otro aspecto básico para comprender el Caribe no español es su evolución demográfica. Como la plantación era un negocio, no una sociedad, su estructura poblacional fue creada en función de la economía. Durante más de un siglo esta población no pudo crecer vegetativamente, orgánicamente, porque la tasa de mortalidad era superior a la de natalidad. Es decir, más del 90% de la población fue traída coercitivamente, como esclavos, y fue necesario mantener durante casi siglo y cuarto una corriente continua de importación de esclavos para evitar el proceso de despoblación. En muchas plantaciones se impidió el surgimiento de relaciones familiares y se implantaron patrones de comportamiento sexual a partir de los requerimientos económicos. En ciertas épocas y en determinadas islas más del 70% de la población es masculina, adulta: mujeres, niños y ancianos constituyen la miñona de la población. Nada de esto tiene que ver con la sociedad desarrollada orgánicamente. Aquí hay que tener de nuevo presente una observación de Marx: cada sociedad y cada época tiene sus propias leyes demográficas. Pero estas leyes demográficas hay que descubrirlas mediante una investigación profunda en fuentes que hasta nuestros días los historiadores marginaron: los libros de contabilidad de las empresas. Quien no es investigador jamás podrá ser historiador.
4. No queda más remedio que reiterarlo: el estudio del Caribe actual tiene que ser necesariamente histórico: quien pretenda entender lo que realmente ocurre hoy en estas sociedades tiene que partir del legado, el bagaje, de todo lo que hay detrás; damos así con la famosa especificidad de lo caribeño, motivo por demás de frecuentes incomprensiones entre algunos estudiosos. En el terreno de los deslindes (lo más difícil en el Caribe, dados los riesgos que toda generalización supone en este caso) la distinción entre el Caribe hispánico y no hispánico parece ser un buen punto de arrancada. Con todo, ¿hasta qué punto está vigente la herencia de la plantación en ambos territorios? ¿En qué medida la plantación incide sobre el desarrollo socioeconómico y cultural del Caribe contemporáneo?
M.M.F.: Perdóneme si para contestar esa pregunta comienzo con las palabras de Josep Fontana, el insigne historiador catalán. El verdadero historiador marxista debe entender su tarea intelectual como una herramienta para la transformación del presente, no como rutinario quehacer cotidiano adornado con jaculatorias revolucionarias. Recuerdo también a Cepero Bonilla, el amigo entrañable, que gustaba hacer suya la frase de Sorel de que el estudio de la historia verdadera es una necesidad imperiosa de nuestra época. Creo que nunca le han perdonado su extraordinario ensayo Azúcar y abolición, que desmoronó todo el andamiaje de interpretación burguesa de nuestra historia. Cuando se investiga seriamente los hilos de la realidad llegan hasta nuestras manos.
Durante el primer tercio del siglo XIX se produce el abandono acelerado del sistema de plantaciones en el Caribe no hispánico: naturalmente que como regla general ningún negocio se abandona a un ritmo más rápido que la tasa de depreciación de su activo. Las leyes inglesas y francesas de abolición de la esclavitud con indemnización a los dueños permitieron a plantadores y comerciantes recuperar el capital invertido en esclavos y dejar precipitadamente el negocio, sin mayores consecuencias, en algunas islas, o reorganizarlo, modernizarlo y transformarlo, en otras. Pero, ¿qué quedó en estas islas? Quedó una población abrumadoramente negra, descendiente de esclavos, formada y educada, aculturada, por la imposición coercitiva de los patrones de la plantación; habitando islas depauperadas, desde el punto de vista ecológico, por un sistema agrícola "de rapiña" (uso la frase impresionante de Justus von Liebig). En sus relaciones económicas, dominadas por unas metrópolis a las que sólo interesaba que ese mundo negro se mantuviese sumiso y pacífico, proporcionando ciertos productos agrícolas, sirviendo de encrucijada de las líneas marítimas a América Latina, centro de operaciones de las flotas de guerra y mercante y valladar a la expansión comercial y política norteamericana. En algunas islas (Jamaica y Barbados especialmente) el negocio de plantación se reorganiza; en Trinidad se establece y expande, y en Guyana adquiere una significación especial. Haití, como es conocido, surge como segunda república americana y todos los intereses coloniales se organizan para bloquear totalmente el posible desarrollo de una nación independiente negra. Jamaica, por su extensión territorial, proyecta durante más tiempo su economía de plantación, pero en general el sistema se trasplanta a Cuba y Puerto Rico. Especialmente Cuba, durante más de un siglo, va a ostentar el espinoso título de "azucarera del mundo".
Para enfrentar la nueva situación caribeña los ingleses enviaron a sus islas biblias y pastores protestantes. En general, con excepción del Caribe no hispánico, se inició una nueva etapa de acelerado empobrecimiento. Y en esto de considerar a las colonias como "ricas" o "pobres" hay que tener mucho cuidado, pues generalmente se trata de una adjetivación de carácter colonialista. Por ejemplo, Barbados en 1690 y Saint Domingue (hoy Haití) en 1780, son calificadas por las historias tradicionales de colonias riquísimas; pero vistas en relación al nivel de vida de sus habitantes, pueden calificarse de paupérrimas. Yo creo que el Caribe siempre fue muy pobre. Las riquezas que produjo, a veces fabulosas en relación a su extensión territorial, quedaban en las manos de una mínima oligarquía metropolitana. Por eso creo que hay que variar nuestra forma de enjuiciar el Caribe, descolonizarnos mentalmente, y en vez de decir que el Caribe se empobrece cuando hace crisis el sistema de plantación esclavista, lo que tenemos es que afirmar que con la crisis de la plantación el Caribe deja de ser suministrador de plusvalía para la clase plantadora y muestra a la faz del mundo el rostro verdadero de la pobreza y la explotación que sirvió de base al enriquecimiento metropolitano.
A veces pienso que el colonialismo abandonó las plantaciones con esa mentalidad con que se abandona una mina cuando ya el mineral que queda es de bajo contenido y no es rentable su procesamiento. Y así vemos, donde esto ocurrió, edificaciones y maquinarias abandonadas, y el hueco que revela la ausencia de una riqueza que nunca se reintegró a quienes la extrajeron. Todavía en muchas pequeñas islas, y también en Cuba, quedan torres de ingenios, restos de maquinarias que no fue posible vender siquiera como chatarra, y un grupo de ex-esclavos que para los plantadores fue chatarra humana.
El otro saldo del sistema de plantaciones fue la segregación racial. La segregación racial parte del preconcepto de la superioridad del hombre blanco, colonialista, plantador, sobre el pueblo esclavizado cuyas características somáticas son diversas a las suyas. La sociedad dominante, blanca, asumió este principio como una verdad axiomática que no necesitaba comprobación, o se probaba por la situación misma de dominación a que estaba sometido el grupo étnico cuya inferioridad se invocaba. Tenía lugar así un círculo vicioso: los negros que llegaban como esclavos eran sometidos por la fuerza bruta y llevados a un sistema que cerraba todas las oportunidades de liberación, se les sometía a jornadas extensivas de trabajo y niveles ínfimos de vida que minaban su resistencia física y menoscababan su capacidad intelectual, se trataba de borrar sus culturas y, además, se les educaba en forma que desde la más tierna edad adquiriesen un sentido de inferioridad y desprecio hacia sí mismos.
La segregación racial tuvo siempre una finalidad económica en sí misma; pero a la larga terminó creando un mundo de ideas, representaciones, símbolos, patrones de comportamiento y valores éticos, estéticos y sociales que imprimieron características específicas a la cultura caribeña dominante y a la dominada. La antropología moderna ha creado la teoría de las "sociedades duales" o "plurales" (plural society, en el lenguaje técnico de la actual antropología cultural norteamericana), para estudiar estos sectores separados horizontalmente por la línea del prejuicio. Se trata de teorías que indudablemente son sugestivas y útiles por cuanto ponen de manifiesto la interacción cultural de las clases sociales. Ahora bien, son teorías que tienden a minimizar y a veces a ignorar que si bien es cierto que en el Caribe está planteado dramáticamente el enfrentamiento de dos culturas, también es cierto que esta dualidad o pluralidad funciona orgánicamente como parte del sistema de explotación clasista. En síntesis: las sociedades plurales no son un producto espontáneo del desarrollo histórico, sino el resultado de un sistema de explotación colonial donde las diferencias culturales tratan de ser cuidadosamente preservadas (o borradas, en ciertos casos) en función de la estructura de dominación.
La segregación racial, hasta hace muy pocos años sancionada por las leyes y todavía argumentada y defendida por ciertos grupos ideológicos, fue un mecanismo esencial del sistema colonial. Por razones de la trata de esclavos africanos se creó una sociedad bipolar en la cual los dominados eran negros y los dominadores blancos; es decir, a cada clase social correspondió un color dela piel. Esta separación que por denominarla de alguna forma llamaremos "contradicción racial" creó una serie de complejidades dentro del mundo social e ideológico del Caribe. Obviamente, en su origen se trata de una contradicción de clases: eso no se discute. Pero a la larga la contradicción de razas adquirió tal autonomía que se convirtió en uno de los motores esenciales de la dinámica caribeña. Al estudiar el Caribe hay que seguir cuidadosamente la imbricación de las contradicciones de clase y raza: desconocer o minimizar la contradicción racial es no entender, por ejemplo, a Marcus Garvey, pasar por alto el dramático grito de negritud de Aimé Césaire, y la impronta ideológica y cultural del movimiento rastafarian, entre otras muchas cosas.
Por último (pero no "lo último"), para entender el Caribe de hoy debemos estudiar la dolorosa gestación de las nacionalidades. Con lo cual tendríamos las tres contradicciones que dinamizan la vida caribeña: clase, raza, nación. Naturalmente que para estudiar el nacimiento de las nacionalidades en el Caribe nos sirve muy poco buscar en los manuales europeos el concepto de nacionalidad. Lo nacional en el Caribe nace con la confrontación clasista y racial dentro de un marco colonial. Y en la confrontación dialéctica de estas tres contradicciones han ido conformándose una cultura dominante y una cultura dominada, con planos comunes y aspectos antagónicos. Pero ambas culturas son en cierta forma dependientes.
Al decir esto estoy recordando cómo Eric Williams reconocía que la dependencia económica del Caribe respecto a los centros hegemónicos internacionales estaba reforzada por la dependencia cultural, institucional, intelectual y sicológica La cultura dominante ha sido siempre, en el Caribe, incluyendo Cuba, una "cultura cautiva" respecto a Europa-Estados Unidos y una cultura de dominación respecto a la sociedad global caribeña. Es impresionante cómo el Caribe actual va, lenta pero eficazmente, cobrando conciencia de esta cultura de dominación. Como anécdota representativa, recuerdo cómo una mujer negra jamaiquina me contaba la forma en que un día descubrió que la canción de cuna que cantaba a su hija, también negra, era una variante de "Mary had a little lamb", donde la blancura era el símbolo de la pureza. Se comprende así que en nuestras islas del Caribe lo racial esté estrechamente ligado a lo nacional. En Cuba este fue un tema clandestino y peligroso, y los historiadores ocultaron siempre que, por ejemplo, cuando José Antonio Saco o Luz y Caballero hablaban de cubano se referían exclusivamente a los blancos. Fue necesario el baño de sangre de la Guerra de los Diez Años para que cubano fuera algo más que blanco, que negro, que mulato. La flamada "Guerrita de Razas" de 1912, que culminó en un verdadero genocidio de veteranos negros de la independencia, fue parte de un replanteo de las reivindicaciones sociales por parte de la población negra con motivo de la frustración de una radical revolución anticolonial. Lo que entonces redamaron es lo que ha entregado finalmente la Revolución. Como la raíz estaba en la confrontación clasista (que siempre ha sido la contradicción principal en Cuba y fuera de Cuba, en la República y en la Colonia), fue necesario una revolución socialista para resolver las contradicciones raza y nación. Y fue necesario un estadista de la talla impresionante de Fidel para plantear, hecha ya la Revolución, que era imprescindible un equilibrio de negros y blancos, hombres y mujeres, en el Partido. A fin de cuentas, esto es lo que plantearon los sublevados del año 12, sólo que sin hacer la revolución social. Como dirían los guajiros de hoy: tenían la razón, pero pusieron la carreta delante de los bueyes.
5. ¿Cómo ve usted el futuro del Caribe?
M.M.F.: Alguien, alguna vez, habló de la historia como una ciencia para prever el pasado. Pero inevitablemente algunos historiadores nos atrevemos a hablar del futuro tratando de seguir el hilo conductor que atrapamos en la historia. El Caribe de hoy (partimos siempre de la definición que dimos al principio) comprende trece Estados "independientes" y un grupo de colonias y "territorios" británicos, franceses, holandeses y norteamericanos, con una población total superior a los 30 millones de habitantes. La herencia del colonialismo y la plantación está presente en toda la región, aunque obviamente se muestra en muy diverso grado según se pase de una a otra isla. Del caso de Cuba no voy a hablar, aunque declaro que estoy absolutamente convencido de que es el único rincón caribeño que ha estructurado una política económica y social que a mediano plazo logrará un despegue hacia el desarrollo. Al decir estas palabras no adopto una actitud maniqueísta ni ensayo una defensa a todo trance de la Revolución. La Revolución no requiere de intelectuales propagandistas que por lo general nos hacen quedar muy mal en la arena internacional, sino de científicos sociales valientes, serios y honestos. Considero, repito, que Cuba es el único rincón del Caribe que está sentando las bases económicas, sociales y culturales del desarrollo, lo cual no excluye (por el contrario incluye) la aceptación de graves errores cometidos, algunos de ellos aún vigentes, ni ignorar las enormes dificultades y desafíos
que impondrá el futuro.
Antes señalamos que desde mediados del siglo XIX, algunas islas quedaron como plantaciones abandonadas, y esta imagen se proyecta hasta nuestros días. Aunque el per caput del producto nacional bruto no es un índice confiable para conocer el estándar de vida de la población, es bueno señalar que el Caribe incluye a cuatro de los seis países más pobres de América; y que las islas que muestran un alto per caput del producto bruto son simplemente aquellas con economías subsidiadas, como Martinica y Guadalupe, que reciben anualmente algo más de 530 millones de dólares desde Francia equivalente a una "ayuda" exterior de 789 dólares por habitante; o Puerto Rico, donde el Estado colonial otorga subsidios superiores a los 4000 millones de dólares anuales; o Bahamas, donde el 87% del PNB está constituido por ingresos turísticos que retornan inmediatamente a la Metrópoli norteamericana. El Caribe es dramáticamente pobre: islas de "pobreza persistente", les llama Beckford. Y dentro de esta pobreza, Haití es un caso extremo: la "tierra de las imposibilidades ilimitadas". Como la plantación partía del esquema de dedicar toda la tierra a la producción exportable, e importar los bienes de consumo, se creó una superpoblación relativa que en algunas islas no podía ser alimentada siquiera poniendo toda la tierra a estos fines. Además, las técnicas agrícolas fueron siempre elementales y los mejores terrenos pertenecían siempre a intereses extranjeros o a la oligarquía procolonial. Un análisis estadístico de los últimos veinte años revela el continuo decrecimiento per caput de la producción de alimentos y como contrapartida el incremento de su importación, especialmente a partir de los Estados Unidos. La escasa producción mineral (bauxita, níquel, oro) refleja una curva descendente, y el petróleo de Trinidad enfrenta en la actualidad la dramática caída de los precios.
La crisis mundial, y la permanente política proteccionista de los posibles mercados compradores, amenaza con eliminar definitivamente la última producción plantadora subsistente: el azúcar. Con el proceso de des[es]tructuración del mercado azucarero mundial iniciado a partir de la Revolución Cubana, la producción azucarera de la República Dominicana (la mayor del Caribe excluida Cuba) se orientó hacia el mercado norteamericano. Hoy el mercado comprador norteamericano parece cerrarse definitivamente bajo el impacto de la producción doméstica de fructuosa subsidiada, y los mercados europeos han pasado de compradores netos a vendedores netos. La economía de algunas islas depende a veces de la actividad de una empresa: por ejemplo, Aruba entra en una etapa de hambre al cerrar la refinería de petróleo de la Shell. En un momento dado, unas empresas norteamericanas dedicadas a ensamblar pelotas de béisbol constituyeron la fuente primordial de ingresos en Puerto Príncipe, Haití.
La emigración ha sido la válvula de escape a la presión económica, aunque no ha evitado una creciente ola de violencia. De todos modos, Puerto Rico tiene en los Estados Unidos el 40% de su población. En total, cerca de seis millones de caribeños han emigrado hacia los Estados Unidos a partir de la década de 1940; más de dos millones se han dirigido hacia sus antiguas (o actuales) metrópolis, Inglaterra, Holanda y Francia, llevando a veces la violencia originada en la explotación y la discriminación. No es casual que el "Black Power" naciera en el Caribe y explotara en los Estados Unidos.
Alguien ha afirmado que la historia no tiene marcha atrás y los haitianos acostumbran a decir que el lápiz de Dios no tiene goma de borrar. La herencia social de la economía de plantación y la concomitante cultura de plantación perdurarán durante decenios hasta que se abra el único camino posible: un sistema efectivo de cooperación intrainsular e intrarregional ensamblado en una economía socialista o, por lo menos, en un nuevo orden económico que detenga el deterioro físico y humano de la región, recree los elementos positivos de la cultura de plantación y elimine definitivamente los elementos negativos (aunque esto sea visto por los folkloristas como un suicidio cultural), fije los niveles del equilibrio demográfico, ponga en explotación científica los recursos existentes (incluido el turismo), sin exportar las utilidades sino reinvirtiéndolas en el desarrollo. En todos los lugares del mundo los países pequeños dependen, para su desarrollo, de la cooperación internacional. Posiblemente de todas las economías del mundo, las del Caribe sean las más dependientes. Hasta hoy ha sido posible trazar una frontera antiséptica entre el desarrollo y el subdesarrollo, entre la pobreza y la riqueza: en el futuro no será así. Y Cuba jugará un papel importante en ese futuro.
6. Por último, sobre El Ingenio. Desde la época de estudiante, lo leímos pensándolo como un libro seminal, del que no podía desentenderse todo aquel que pretendiera acercarse al desarrollo histórico-cultural nacional y, obviamente, al mundo caribeño. ¿Cómo lo ve usted ahora, a los veinte años de escrito?
M.M.F.: Bueno, El Ingenio ha sido para mí una obra sumamente difícil a la que he dedicado casi cuarenta años de mi vida, aunque no de manera continua. En 1948, "El Ingenio" era un extenso capítulo de una obra que titulé Nación o Plantación, y de la cual he publicado partes. Por entonces yo era un historiador "puro"; es decir, de gabinete. Después de eso, la vida me lanzó a una etapa intensísima de trabajo empresarial capitalista donde el triunfo sólo se lograba a partir del rendimiento económico. Esto significó para mí un trabajo práctico intensísimo e implicó, simultáneamente, llevar a cabo numerosas investigaciones económicas y aplicar sus resultados a situaciones concretas. De esta época fueron mis primeras experiencias de programación lineal y mi encuentro con la computación después de instalar un sistema de computadoras IBM en "Cervecería Caracas", en Venezuela. Cuando regresé a la Historia ya no era un historiador "puro"; por suerte, mi espíritu se había evadido del gabinete y desde entonces estoy contaminado con la realidad. Por eso creo que El Ingenio no es un libro teórico sino la mezcla, más o menos afortunada, de la metodología histórica con la experiencia empresarial. Lo que más me ha satisfecho de El Ingenio no ha sido la acogida internacional (tengo recogidas más de doscientas notas bibliográficas y comentarios) sino el hecho de que los productores directos, ingenieros azucareros, administradores de ingenios, etc., lo hayan recibido como un libro escrito por un compañero de faenas. Eso me prueba que me he acercado a la realidad.
Diez años después de editado el primer tomo agregué un segundo y un tercero. E inmediatamente lo continué hasta el año 1935: un amplio resumen de estos capítulos finales acaba de ver la luz como parte de la Historia de América editada en inglés por la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Con los libros sucede como con los hijos: uno los quiere y a veces no los soporta. El Ingenio tiene capítulos a los cuales no cambiaría ni una coma y otros que me parecen sencillamente detestables. Esto último me gusta porque me prueba que no me he estancado.
La sorpresa más grande que me deparó El Ingenio fue cuando en 1981 Raúl Roa (hijo) me llamó desde New York informándome que la Asociación de Historiadores Norteamericanos (AHA), que cumplía un siglo de fundada, le había otorgado a mi libro el Premio "Clarance H. Haring", que se da una vez cada cinco años a la obra más importante publicada en cualquier idioma sobre América Latina. El altísimo nivel de este premio, y la probidad intelectual del tribunal, constituido por cinco de los más destacados intelectuales norteamericanos de la actualidad, hizo que la entrega de esta distinción fuese vista por algunos como un enfrentamiento académico a la política de la administración Reagan. Un cubano, que jamás ha titubeado en su posición política, obtenía el premio de historia más importante del continente. La entrega me fue hecha en la noche del 29 de diciembre de 1981 en Los Ángeles, California, ante una asamblea de más de dos mil historiadores de América Latina, los Estados Unidos y El Caribe.
Un premio de esta categoría es un honor, una satisfacción y todo lo que usted quiera; pero esencialmente es un compromiso. Significa la obligación de no bajar el nivel alcanzado, exige el estudio y la investigación continua. Y creo que eso es lo que estoy haciendo. Tengo diez hijos y a ellos me debo. Soy maestro y a mis alumnos me debo. Para ellos, para Cuba, sigo escribiendo: humildemente, sin creerme jamás que realizo obras maestras, y ni siquiera creyendo que tengo en mis manos toda la verdad. Siempre pienso: hasta aquí he llegado; soy simplemente una estación de tránsito, no un punto de arribada final. Un maestro triunfa cuando los alumnos le aventajan: me interesa fundamentalmente impulsar a la generación que llegará mucho más allá que yo y superará ampliamente mis libros.
*Entrevista originalmente publicada con el título de “Entrevista a Moreno Fraginals” en Cuadernos de Nuestra América, III (6): pp. 293-309, julio-diciembre de 1986, Centro de Estudios sobre América, La Habana, Cuba. Reproducida con el título de “Manuel Moreno Fraginals: uma historiografia marxista contra o dogmatismo” en Estudos Avançados vol. 3, n. 6, pp. 133-145, mayo-agosto de 1989—de donde la reproducimos, con las correcciones tipográficas y ortográficas del caso—, publicación del Instituto de Estudos Avançados da Universidade de São Paulo, institución cuyo primer profesor visitante extranjero fue Manuel Moreno Fraginals. La reproducción de esta entrevista en Estudos Avançados tuvo lugar poco después de la publicación en Brasil de la primera edición en portugués de El Ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar (véase O Engenho Complexo Econômico-Social Cubano do Açúcar, v. I y 1989 v. II, III, por Editora Hucitec/Unesp) y de la visita de Moreno Fraginals a Brasil a fin de coordinar una reunión de la UNESCO con miras a la preparación de una colección sobre historia de América y el Caribe. Cf. http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0103-40141989000200010.