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Cómo ocupar una abstracción McKenzie Wark

3 de octubre de 2021

 

 

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Publicado originalmente en el Blog de Verso el 3 de octubre de 2011, hace hoy exactamente diez años. McKenzie Wark (1961) es autor, entre una veintena de títulos, de A Hacker Manifesto (Harvard University Press, 2004) y Capital is Dead: Is This Something Worse? (Verso, 2019). Su más reciente título es Sensoria: Thinkers for the Twenty-First Century (Verso, 2020).

 

 

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Lo que se ha ocupado, por supuesto, no es realmente Wall Street. Y aunque en el bajo Manhattan existe realmente una calle que se llama Wall Street, "Wall Street" es más bien un concepto, una abstracción. Lo que la ocupación ha hecho es entonces tomar una pequeña plaza (cuasi) pública en las inmediaciones de Wall Street en el distrito financiero y convertirla en algo así como una alegoría. Frente a la abstracción de Wall Street, propone otra historia, quizás no menos abstracta.

La abstracción que es Wall Street tiene dos caras. Por un lado, Wall Street encarna un cierto tipo de poder, un oligopolio de instituciones financieras que extraen del resto de nosotros una renta a cambio de la cual no parece que obtengamos mucho. "Lo que es bueno para General Motors es bueno para los Estados Unidos"—decía el eslogan del antiguo complejo militar-industrial. Hoy en día la clase rentista tiene como eslogan "Lo que es bueno para Goldman Sachs no es de tu puta incumbencia."

Esa clase rentista es un oligopolio que hace que los aristócratas franceses del siglo XVIII parezcan administradores serios y bien organizados. De creer en la retórica de sus portavoces políticos, es tan mimada que no se levantará de la cama por la mañana por menos de mil dólares al día, y son de una constitución tan sensible que si alguien dice algo malo de ellos, cogerán su dinero y se irán a un rincón a hacer pucheros. Para colmo, han gestionado tan mal sus propios negocios que se han necesitado enormes sumas del erario público para mantenerlos en activo.

La abstracción que es Wall Street también representa algo más, un tipo de poder inhumano, que podemos imaginar moviéndose bajo nuestros pies por todo el distrito financiero. Llamemos a ese poder lo vectorial. Es la combinación de cables de fibra óptica y masivas cantidades de energía informática. Una vasta proporción del dinero que circula por todo el planeta se está vendiendo y comprando de manera automática en los mismos instantes en que usted lee estas líneas. Hay ingenieros pensando seriamente en cómo hacer para que esos intercambios ocurran a la velocidad de la luz. Wall Street, en ese sentido abstracto, son nuestros nuevos amos-robot, unos que no llegaron del espacio ultra-terrestre.

¿Cómo se puede ocupar una abstracción? Quizás sólo con otra abstracción. Occupy Wall Street se apoderó de un parque más o menos público enclavado entre los rascacielos del bajo Manhattan, no muy lejos del antiguo emplazamiento del World Trade Center, y allí acampó. Se trata de una ocupación que, casi por primera vez en la historia, carece de demandas. Su premisa consiste en una hipótesis: ¿qué pasaría si la gente se reuniera y encontrara la manera de estructurar una conversación que pudiera llevar a una forma mejor de gestionar el mundo? ¿Podría irles peor que a quienes lo gestionan mediante los esfuerzos combinados de Wall Street como clase rentista y Wall Street como vectores informatizados que venden y compran activos intangibles?

Algunos comentaristas han interpretado como debilidad esa modesta hipótesis de Occupy Wall Street. Preferirían un pliego de demandas y no tienen reparos en proponer algunas. Pero tal vez lo mejor de Occupy Wall Street sea su reticencia a plantear demandas. Lo que queda de la pseudo-política en los Estados Unidos no son más que demandas. Que se reduzca la deuda, que se recorten los impuestos, que se supriman las regulaciones. Ya nadie se molesta en justificarlas. Se da por sentado que sólo importa lo que le interese a la clase rentista.


No es que en los Estados Unidos la clase rentista compre a los políticos. ¿Para qué molestarse en hacerlo cuando los puede alquilar por hora? En ese contexto, lo más interesante de Occupy Wall Street es la insinuación de que lo principal que está en falta no son demandas, sino procesos. Lo que está en falta es la propia política.


Podría sonar contradictorio, pero en los Estados Unidos no hay realmente política. Hay explotación, opresión, desigualdad, violencia, hay rumores de que tal vez todavía exista algo así como un Estado. Pero no hay política. Lo que hay es un simulacro de política. Apenas otra cosa que profesionales que alquilan influencias para favorecer sus intereses. El Estado ni siquiera es ya capaz de negociar los intereses comunes de su clase dirigente.

 

 


 

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Zuccotti Park, Downtown Manhattan, 15 de noviembre de 2011© Dan Nguyen

 

 

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También la política que se hace desde abajo es simulada. El Tea Party no es en realidad sino una gran campaña de marketing. Es una forma de hacer que las viejas demandas de la clase rentista resulten atractivas al menos por un tiempo. Como la comida rápida, parecerá deliciosa hasta que empiece la indigestión. Es el Contrato sobre América, su Conservadurismo Compasivo, ¡pero con nuevos ingredientes! El Tea Party llegó a tener bastante éxito. Pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo y siempre hay alguna nueva campaña de marketing esperando entre bastidores para cuando se agote la campaña anterior. Pero nada de eso es algo más que un simulacro de política.


De modo que el ingenio de la ocupación está en el simple hecho de insinuar que podría haber política, una en que la gente se reúna y proponga y negocie. Esa insinuación apunta al gran vacío que ocupa el centro de la vida estadounidense: toda una nación, incluso un imperio, pero sin política.


Wall Street es el nombre de una abstracción que tiene el doble sentido de una clase rentista que utiliza el poder vectorial de controlar los recursos que pasa por encima de los procesos políticos que al menos deberían negociar con los intereses populares. Frente a ello, la ocupación propone otra abstracción, y también tiene dos caras.


Por un lado, es algo físico, una toma de espacio. Esto ha confundido al Departamento de Policía de Nueva York, que ha respondido con tácticas torpes. No sabe qué hacer con una ocupación permanente que es pacífica y que se conforma con acampar, pero que los fines de semana llega a alojar a miles de personas. Existe el peligro de que se convierta en un problema de la policía de Nueva York con sus chapuceras detenciones y sus taimados o incompetentes métodos de control de multitudes.


Es posible que Occupy Wall Street tenga un poco asustada a la clase rentista. No es que a esta le preocupen demasiado unos cuantos anarquistas, pero sí la posibilidad de que se produzcan acontecimientos en cascada que lleguen a prender fuego a partir de esta acción en gran medida simbólica. A falta de toda competencia real en materia de crecimiento y de refinamiento de la economía política, la clase rentista ha decidido básicamente saquear lo que queda de los Estados Unidos y al diablo con las consecuencias. Simplemente no quieren que los pillen haciéndolo.


La toma de una pequeña plaza en el bajo Manhattan apenas incide en el poder del vector. Ni siquiera incomoda a los subalternos que trabajan en las oficinas de los alrededores, pero la ocupación real se enlaza con un tipo de ocupación más abstracta, y el menor indicio de que esta podría extenderse perturba la frágil constitución de la sensibilidad rentista.


La ocupación se extiende al mundo intangible del vector, pero no de la misma manera que lo hace Wall Street. El policía que fue tan estúpido como para rociar con gas pimienta a unas mujeres que ya estaban acordonadas detrás de una malla anaranjada fue rápidamente identificado por unos hackers y toda la información sobre el policía apareció en Internet para que todos la vieran. El incidente en el puente de Brooklyn en el que la policía dejó que la gente entrara en la calzada y después la detuvo por estar en la calzada está en todo Internet expuesto desde múltiples ángulos. La ocupación es también una ocupación del vector de las redes sociales.


Los llamados medios de comunicación dominantes no saben muy bien cómo lidiar con el asunto. Las formalidades para determinar lo que hoy es "noticia" son tan barrocas que los medios se sumen en extraños debates sobre si la ocupación es "noticia". La ocupación no tiene publicistas de primer nivel. No distribuye muestras gratuitas. No compra espacios publicitarios. Comenzó sin que entre sus portavoces hubiese una sola celebridad. Entonces, ¿cómo puede ser noticia? La ocupación expuso la pobreza de la información en los Estados Unidos. Y eso en sí mismo es noticia.


La abstracción que es la ocupación es entonces doble: la ocupación de un lugar, en algún sitio cerca del Wall Street real; y la ocupación del vector de los medios sociales, con eslóganes, imágenes, vídeos, historias. "¡Sigue avanzando!" no sería en este caso un mal eslogan. Por no hablar de seguir creando el lenguaje de una política en el espacio de los medios sociales. Las empresas propietarias de esos vectores de los medios sociales seguirán cobrando una renta por todo lo que digamos y hagamos —no hay mucho que podamos hacer a ese respecto—, pero al menos el espacio puede estar ocupado por algo más que bonitas fotos de gatos.


Mientras que los intelectuales se han acostumbrado a hablar de lo político, la ocupación ha procedido a crear una política en minúsculas que es abstracta y al mismo tiempo del todo cotidiana. No es casualidad que haya comenzado por lo que podríamos definir en sentido amplio como "anarquistas", quienes llevan tiempo trabajando tanto en la teoría como en la práctica.


El movimiento obrero organizado empezó a prestar atención cuando parecía que los anarquistas y sus seguidores no se dejarían disuadir fácilmente por el mal tiempo o la policía de Nueva York. Fue como si el movimiento obrero organizado se hubiese despertado una mañana y, al ver que la ocupación seguía en pie, se hubiese dicho a sí mismo: "¡Tenemos que seguirlos, pues somos sus líderes!" Lo cual está mejor que tratar de robarse miembros de lugares de trabajo que ya están sindicalizados, que parece ser aquello a lo que mayormente se dedican los sindicatos.


A estas alturas lo que tenemos delante es lo que yo llamaría un extraño acontecimiento mediático mundial. Es un acontecimiento en el sentido de que nadie sabe lo que va a pasar. Es un acontecimiento mediático en el sentido de que su destino está ligado a la ocupación del doble espacio de Zuccotti Park y, simultáneamente, de los medios de comunicación. Es un acontecimiento mediático mundial, al menos desde que la policía de Nueva York detuvo a la gente en el puente de Brooklyn y de ese modo dio a la ocupación una gran publicidad gratuita (¡Gracias, chicos!). Y es un acontecimiento mediático mundial extraño en el sentido de que presenta elementos sin precedentes que lo sitúan fuera de las típicas historias de hoy en día, el aburrimiento, la disidencia, la utopía y todas esas cosas que se suelen gestionar y apaciguar.


Por ejemplo, los comentaristas se rompen la cabeza tratando de averiguar si es un movimiento social o no. Es una ocupación. Lo dice el nombre, por si no lo vieron: Occupy Wall Street. Aquellos que hayan prestado atención se darán cuenta de que forma parte de una ola global de ocupaciones de inspiración anarquista, grandes y pequeñas. Mi propia universidad, la New School for Social Research, fue ocupada en 2008, aunque brevemente. Se trata de una táctica que se viene probando y perfeccionando desde hace años.


Conceptualmente, una ocupación es lo contrario de un movimiento. Un movimiento busca cierta coherencia interna dentro de sus filas, pero utiliza el espacio sólo como lugar donde aparcarlas. Las filas de una ocupación carecen de consistencia interna, pero eligen espacios significativos que tengan una resonancia importante en el terreno abstracto de la geografía simbólica.


El hecho de que una ocupación no haga algunas de las cosas que hacen los movimientos sociales es parte de la razón por la que resulta eficaz, al menos hasta ahora. La ocupación está tan alejada de Lo Político como lo desean algunos intelectuales, pero también es diferente de la política del Foro Social de épocas recientes. Para aquellos que quieran una teoría que acompañe a la práctica, tendrán que buscar en otra parte que no sea Negri o Badizek (Badiou+Zizek). No hay multitud; no hay vanguardia.


Si la ocupación es un poco confusa para nosotros los intelectuales, ¡apiádense de nuestro pobre alcalde multimillonario! Bloomberg insinuó que la ocupación estaba incomodando a ordinarios banqueros que se las ven negras para sobrevivir con salarios de apenas 40 mil o 50 mil dólares al año. El ingreso medio de los hogares de mi barrio, que es bastante agradable, es de algo menos de 40.000 dólares al año, y estamos hablando aquí del ingreso familiar. La frase "¡pobres banqueros!" no parece que vaya a suscitar mucha simpatía.


De modo que nadie sabe adónde nos va a llevar todo esto. Es lo que pasa con estos extraños acontecimientos mediáticos mundiales. Son una puja de voluntades. La policía de Nueva York no está dispuesta a usar la fuerza, pues ello podría revelarse contraproducente. Podría haber bastantes personas —anarquistas o no— dispuestas a ser arrestadas. Podría haber una gran reserva de apoyo popular. Por una vez, el objeto de la ocupación es algo en general mal visto por la inmensa mayoría de quienes no se ven beneficiados. La clave está en mantener en foco la abstracción que es Wall Street, cuyos efectos perniciosos casi todo el mundo sufre en su vida cotidiana.

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