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ACTOS Y LETRAS
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Patrias. Actos y Letras is a digital imprint of Communis
Año VI / Vol. 24 / enero a marzo de 2022
Brasil: una bomba de tiempo que nadie quiso ver Vladimir Safatle
El pasado 8 de octubre, en la edición en portugués del sitio web de Deutsche Welle, la emisora pública internacional de Alemania, se publicó una entrevista con Vladimir Safatle (1973-), filósofo chileno-brasileño, profesor de la Universidade de São Paulo y columnista del diario Folha de S. Paulo, sobre la reciente campaña electoral en Brasil y sus resultados, analizados en el contexto más amplio de los antecedentes de la situación actual, las oportunidades perdidas por el Partido dos Trabalhadores (PT) en el poder y, en general, por la izquierda brasileña, de explotar en 2013 una situación revolucionaria surgida desde abajo, el lugar de los afectos en la política, la naturaleza misma de la política, y las perspectivas de continua e inevitable polarización social, ante el asalto neo-liberal que tiene lugar en Brasil y del que el "golpe de estado blando" en marcha no es más que una fase.
Patrias. Actos y Letras tiene a bien publicar la entrevista ahora, en su propia traducción al español, como parte de un dossier en curso, en su sección Communis, sobre la situación en Brasil; véase, a ese propósito, "Una visita a Lula: el golpe de Estado blando que continúa" (entrevista con Noam Chomsky), recientemente publicada por primera vez en español en nuestras páginas.
Esta entrevista con Vladimir Safatle puede leerse, además, en inglés en el sitio web de Verso.
Traducción al español © Rolando Prats
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Deutsche Welle: ¿Cómo explicar la adhesión cada vez mayor al autoritarismo en Brasil?
Vladimir Safatle: La situación actual no es en absoluto comprensible si no nos remitimos a lo que sucedió tras el fin de la dictadura militar. Brasil fracasó rotundamente en el intento de superar su pasado dictatorial, que vuelve a levantar la cabeza. En ningún otro país de América Latina el riesgo de militarización e incluso de un golpe de Estado en su forma tradicional es tan claro como en Brasil. En ninguno es tan fuerte la presencia de las Fuerzas Armadas en la vida pública diaria. Ello es señal, a las claras, de que la solución conciliatoria a que dio lugar la transición a la democracia fue el mayor acto de cobardía histórica que haya conocido el país.
Esa línea conciliatoria dejó intactos a sectores de la clase política que estaban totalmente vinculados con la dictadura, del mismo modo que preservó, en el seno de las Fuerzas Armadas, una mentalidad que justifica estados de excepción como el que vuelve a darse ahora. También preservó, en el seno de la sociedad civil, una capacidad de apoyo a gobiernos aparentemente fuertes y autoritarios debido al hecho de que Brasil, en ningún momento, se impuso como deber un ejercicio de memoria y de justicia de transición, paso que habría sido fundamental para que no estuviéramos presenciando regresiones como las de ahora.
DW: ¿Y cuál fue el papel de la Constitución de 1988, que acaba de cumplir 30 años, en ese proceso?
VS: La Constitución del 88 fue expresión de esa gran política conciliatoria. Se habla mucho de que es una constitución ciudadana, que garantiza derechos fundamentales. Por un lado, fue una constitución que nunca estuvo vigente. Hasta la fecha, ha habido 95 enmiendas constitucionales, a un ritmo de más o menos tres al año. Para aprobar una enmienda, el Congreso necesita dos terceras partes. En el caso brasileño, esa negociación dura meses. De todo esto se desprende una conclusión muy clara, y es que desde el fin de la Asamblea Nacional Constituyente la función del Congreso Nacional ha sido simplemente de-constituir la Constitución. Esta nació con ese sello.
Por otro lado, 30 años más tarde, hay leyes constitucionales que nunca han sido aplicadas por falta de ley complementaria. Es una aberración. La ley que establece el impuesto sobre grandes fortunas es constitucional y nunca ha sido aplicada, por mera falta de ley complementaria. La Constitución nació como letra muerta. A ello se sumó el hecho de que la Constitución fue también resultado de una gran estructura de conciliación entre varios sectores de la sociedad brasileña, algunos de ellos adscritos a las fuerzas armadas. El Ejército se apareció con sus propias 28 cláusulas, y prácticamente se las empujó por la garganta a la Asamblea Constituyente. Entre ellas, el artículo que define la función de las Fuerzas Armadas. En el caso brasileño, mantener el orden, otra aberración total, porque la función de las Fuerzas Armadas es defender la integridad del territorio nacional y punto. Así pues, lo que está estallando hoy es una bomba de tiempo que nadie quiso ver.
DW: ¿Cabría pensar en un gobierno de Bolsonaro que se conforme a los moldes tradicionales y que trabaje con el Congreso para gobernar por mayoría?
VS: En un posible gobierno de Bolsonaro son varias las opciones que están sobre la mesa. Estas dependerán mucho de los sistemas de resistencia que puedan surgir. Ahora bien, es importante recordar varias cosas. La primera de ellas es que, hasta hoy, Brasil ha sido de algún modo una aberración desde el punto de vista de los ajustes neoliberales. Debido a los pactos de la Nueva República, no existían condiciones para avanzar mucho, pero tampoco para retroceder. Había fuerzas sociales claramente constituidas que creaban un cierto equilibrio. Esto llevó, por ejemplo, a que los grandes ajustes neoliberales aplicados en otros países latinoamericanos, como Argentina, no se hayan aplicado aquí.
Brasil llega a 2018 con dos de sus mayores empresas todavía públicas, así como dos de sus mayores bancos. Además, con un sistema de salud cuya cobertura alcanza a 207 millones de personas y que es gratuito y universal, cosa que no tiene ningún país de más de 100 millones de habitantes. Existen también 57 universidades federales totalmente gratuitas. No son universidades para la élite. Sólo en la Universidad de São Paulo, el 60% de los alumnos provienen de familias que ganan hasta diez veces más que el salario mínimo. Como puede verse, Brasil se encuentra hoy en una situación muy atípica desde el punto de vista neoliberal.
Los defensores de la agenda neoliberal comprendieron que para imponer sus reformas sólo podrían hacerlo de manera autoritaria, como en el modelo chileno de Pinochet. Es un neoliberalismo claramente autoritario, diferente del que se da en Europa. Allí, la extrema derecha es antiliberal, proteccionista, capaz de asimilar determinadas pautas sociales provenientes de la izquierda y de oponerse en su discurso a los poderes financieros. Precisamente por ello, el neoliberalismo en Europa tiene que ser llevado a la práctica por figuras situadas más al centro. No es lo que sucede en Brasil. Incluso, según las encuestas, el 68% de la población brasileña está en contra de las privatizaciones; el 71%, contra las reformas de la legislación laboral, y el 85% contra los recortes de las pensiones.
DW: La adopción de esa agenda ¿sería, por tanto, electoralmente inviable?
VS: Hay una sola manera de ponerla en práctica: ocultándola, impidiendo que se exponga y debata con toda claridad. La única forma de lograrlo es alimentar y resucitar los peores fantasmas autoritarios de la sociedad brasileña, colocándolos en el centro del debate político. Todas esas fanfarronadas intolerantes son piezas fundamentales en la estrategia retórica de anulación del espacio político. Lo que hemos presenciado es una anti-campaña, basada en el vaciamiento del espacio político, precisamente por medio de ese tipo de provocaciones contra las minorías vulnerables —negros, mujeres, LGBT— que se rebelan, con toda justicia, y ese juego ocupa toda la escena de la campaña electoral. Por un lado, un potencial fascista que estaba más o menos reprimido gana derecho de existencia y aflora con mucha fuerza. Es algo que viene de lejos. La dictadura militar tenía gente que la apoyaba, y son bien conocidos los patrones de comportamiento racistas e intolerantes de varios sectores de la sociedad brasileña. Por otro lado, un elemento fundamental ha sido absolutamente impresionante: la campaña ha abandonado el espacio público y se ha desplazado hacia el ambiente virtual, en que difícilmente la sociedad pueda tener ninguna participación. En ese espacio, la producción continua de imágenes y vídeos falsos de fuerte atractivo retórico que pueden ser diseminados ha terminado marcando el tono de la campaña.
Ya vimos lo que sucedió con los actos del sábado pasado: grandes manifestaciones populares que ocuparon las calles de Brasil y que, de repente, fueron anuladas. Nadie sabía exactamente qué había sucedido. Inmediatamente después de esas manifestaciones, Bolsonaro tuvo un repunte en las encuestas. Poco a poco comenzamos a entender. Con una organización impresionante, una red muy amplia de distribución de imágenes, profesionalmente
armada, se intentó anular el acto erigiendo en su lugar un acontecimiento falso. Hacían circular fotos que no tenían nada que ver con aquellas protestas, con el objetivo claro de denigrar sus propuestas. Lograron anular un acto callejero por medio de una movilización virtual.
Esos dos elementos constituyen otro modelo de campaña que están totalmente al margen de los patrones tradicionales de la democracia liberal. Esta tiene sus límites, pero se veía obligada a mantener un espacio público dentro del cual la sociedad, como un todo, podía constituirse en fuerza de oposición. Ese elemento fue brutalmente suprimido. El candidato Bolsonaro recibió una puñalada y se pasó toda la campaña al margen de la misma. Cada vez que su vicepresidente o economista abrían la boca era para decir algo espantoso que era inmediatamente rechazado. Es decir, que no hubo campaña, al menos en el sentido tradicional del término.
DW: Esta elección ha estado marcada por la difusión masiva de noticias falsas y el rechazo al periodismo. ¿Cómo es posible entablar un debate si algunos grupos se rehúsan a ser rebatidos?
VS: La política no ha sido nunca cuestión de argumentos. Es un error pensar así. De lo que se trata es de movilizar afectos, que, a su vez, expresan adhesiones a formas de vida distintas y en conflicto unas con otras. No es posible argumentar contra un afecto, sino solo de-constituirlo, lo cual es un proceso diferente. No obstante, los afectos no son irracionales. Estos tienen una dinámica propia, y no se pueden comprender al margen de sus particularidades. En cierto sentido, en una situación tecnológica como la nuestra, cualquiera puede producir fake news. Cuando existían sólo los sectores consolidados de la prensa, había maneras de recurrir a mecanismos judiciales para objetar algo y determinar quién lo había hecho. De una forma u otra, se mantenía un cierto nivel, pero aun así estaba lejos de ser algo simple. Existen varias modalidades de construcción de noticias, que son constantemente utilizadas por los grupos mediáticos. Pero, ahora, lo que hay es un proceso en el cual esa función se ha vuelto invisible: nadie sabe ya quién produjo una determinada noticia.
La campaña de Bolsonaro parecía algo mediocre, amateur, hecho a la carrera. Pero pronto nos dimos cuenta de que no era así. Estaba sumamente bien organizada, por la calidad del material que hacían circular. Los materiales con que anularon la manifestación contra Bolsonaro comenzaron a difundirse horas después de los actos y estaban sumamente bien producidos. Me pregunto: ¿quién estaba a cargo? ¿Qué productora los había hecho? Ni siquiera se sabe quién es el agente de publicidad de Bolsonaro. ¿Habrá sido entonces que la campaña carecía de estrategia, o más bien que era concebida en otro lugar que la gente no puede ni siquiera adivinar? Nada pega en esa historia. Se han organizado redes en WhatsApp de más de 8 mil miembros, que se encadenan entre sí y propagan un conjunto enorme de imágenes sumamente bien editadas por profesionales.
DW: Los politólogos tienden a analizar la actual crisis política partiendo de las elecciones de 2014. Pero ¿cuál es la relación del momento actual con las protestas de 2013?
VS: Ese fue un acontecimiento fundamental en la historia de Brasil. El fenómeno de 2013 fue la mayor oportunidad perdida por la izquierda brasileña. Aquella fue una manifestación popular que dejó muy claro el nivel de descontento, de frustración social, con una perspectiva de fertilización del terreno que no se materializó. Y sí, pudo haber sido aprovechada por la izquierda para decir: estamos atrapados en una camisa de fuerza por la necesidad de poner en marcha un segundo ciclo de políticas de crecimiento y de redistribución de los ingresos. Es hora de que la gente asuma sus responsabilidades y trate de superar diferentes escollos políticos, y así por el estilo. Pero no se hizo. La izquierda reaccionó con miedo al hecho de que las manifestaciones sacaran a la calle tanto a aquellos que estaban dispuestos a ir más lejos, como a los sectores reaccionarios de la sociedad.
Toda manifestación popular se nutre de sujetos emergentes y reactivos. Si no se sabe dar forma a los sujetos emergentes, los reactivos se harán con el control de la situación. Eso fue lo que sucedió. Un clásico, literalmente. Marx lo mostró desde 1848, cuando se propuso investigar cómo la revolución proletaria había fracasado y, en su lugar, había conducido al ascenso de Napoleón III mediante el golpe del 18 Brumario. Las protestas de 2013 mostraron imágenes del pueblo contra el poder. Ante las imágenes del pueblo que se lanzó al asalto del Congreso Nacional y acabó incendiado el Palacio de Itamaraty, resultó inevitable que algunos comenzaran a llamar "al orden".
Y en medio de todo aquello, llegó 2014. Después de las elecciones, escribí en el periódico Folha de S. Paulo que la polarización no se acabaría a la semana siguiente y sólo se iba a profundizar. Es necesario estar preparado para ello. Ni imaginar que, porque se hayan acabado las elecciones, todo va ahora a volver a la normalidad. Pero el gobierno [del PT] creyó que todo podía seguir siendo como antes y siguió una línea conciliatoria. Aunó a todos los sectores conservadores en el gobierno, desmovilizó a su propio lado, mientras el lado contrario se apresuró a llenar el vacío, ante la ausencia de una movilización en su contra. En una sociedad polarizada, lo primero que tienes que hacer es fortalecer tu propio polo, ya que la única posibilidad de sobrevivir es lograr una suerte de equilibrio, una situación de pelota muerta. Uno ve que, si avanza demasiado, el otro avanza también. Eso no fue lo que ocurrió.
La izquierda brasileña se dedicó a embalsamar un cadáver, a saber, el lulismo, que ya había dado todo lo que tenía, y no tenía nada más que dar. Se estima que Lula habría obtenido el 40% de los votos, y es verdad. Si hubiera podido hacer campaña, habría ganado, eso está claro. Esa es la razón por la que había que meterlo en prisión. En caso contrario, terminaría siendo presidente. Pero el hecho cierto es que ello habría acontecido por una lógica muy racional de parte de la población. El presente es catastrófico; el futuro, totalmente incierto. Por lo tanto, volvamos al pasado, que fue mejor. De hecho, lo fue. Ello no tiene nada que ver con la capacidad de transformación que Lula representa, sino con una situación en que la sociedad está aterrada. En tanto fuerza dinámica de transformación, el lulismo era ya un cadáver, aun cuando hubiese ganado.